A partir, y al cabo de las consecuencias económicas para México, es evidente que de todas las irrebatibles, irremediables, irracionales y obcecadas ocurrencias de nuestro presidente Andrés Manuel – y mire que no ha habido escasez de éstas- la peor ha sido la cancelación de las obras avanzadas del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Vuelvo a decir que la decisión de ubicar la nueva terminal en los terrenos adyacentes al actual, en lo que fue el Lago de Texcoco, no era la mejor opción; se pudo haber encontrado una ubicación menos problemática en lo que a suelo se refiere, en el entendido de que se ubicara donde fuese, la instalación que tardará más de un sexenio en terminarse iba a requerir solución drástica de transporte terrestre para viajeros, empleados y tripulaciones. Obviamente, la opción de Texcoco era mucho mejor que la de la base aérea militar de Santa Lucía, donde los aviones que se aproximan entre sí se repelen, y en donde, finalmente, el Presidente decidió gastar lo que quede de los dineros dedicados a este propósito. De todos modos, el capricho del Presidente se dio cuando se había gastado ya considerable parte del presupuesto legalmente aprobado y alrededor de un tercio de la obra negra estaba hecha. De la misma manera en que los mexicanos tuvimos que aceptar la decisión del sexenio anterior de poner el aeropuerto donde quiso ponerlo, ahora tenemos que resignarnos al perjuicio económico de una decisión unipersonal que despreció todos los peritajes calificados que en su momento se ofrecieron: el aeropuerto de Texcoco va y claro que va.
Pero el perjuicio económico es solamente eso, un dinero mal usado. La política tradicional establece que si un problema puede arreglarse con dinero, no hay problema.
En pesos y centavos, la decisión presidencial de liquidar el Programa de Estancias Infantiles reduciendo la partida presupuestal que el gobierno entregaba desde hace doce años, que es de 950 pesos al mes por cada niño atendido en las estancias, en las que recibían no solamente cuidado y preparación para ingresar al sistema escolar, sino también alimentos. Si multiplicamos 950 pesos por los 320 mil niños que se beneficiaban por el PEI en mil doscientos municipios del país con resultados notablemente buenos, es una bicoca. Las guarderías subrogadas por el IMSS reciben 4,600 pesos por creáneo infantil; al negocio de la esposa del dueño del Partido del Trabajo, los Cendis, le tocan seis mil pesos por niño y al ISSSTE 6,500.
Pero el problema es otro. Cada uno de estos 320 mil escuincles tiene una madre; una madre que generalmente es sola, pobre, y trabaja siendo, en la mayoría de los casos, la jefe de familia, único sostén de esa entidad. No tiene con quien dejar a su hijo –o hijos– mientras sale a la chamba. Muy pocas tienen la fortuna de contar con alguien de la familia puesta y dispuesta a cuidar al crío mientras la madre labora.
El Presidente dice que el programa no se termina: se reduce su presupuesto y se modifica el procedimiento. Serán ahora directamente las madres –cuando acabe el proceso burocrático de reclamo y censo– las que reciban el subsidio gubernamental, ahora de ochocientos pesos al mes, de manera directa. Que ellas sean las que decidan si quieren seguir pagando las estancias que sobrevivan a dos meses por lo menos sin percibir un quinto, o si quieren dedicar la lana a otros usos. Debajo de otros usos, usted puede imaginar lo que quiera menos el bienestar de los niños.
La muerte del Programa de Estancias Infantiles es el peor de los errores del presidente López por la naturaleza de los que sufrirán las consecuencias, hijos y madres necesitados de protección, cuidado, atención. Ningún estado tiene derecho a lesionar los derechos de los más indefensos de su estructura. Generalmente son los que ocupan los dos extremos de la línea de vida, los niños y los ancianos.
Ésta es la más clara oportunidad, y me temo que la última, que tiene López Obrador de demostrar que es un ser humano al que solamente han envuelto en halo de divinidad; puede, y creo que debe, reconocer que se equivocó en este asunto o lo condujeron por un camino errático, y darle marcha atrás a una medida perversa. Se ganaría, por lo menos, mi simpatía y comprensión, aunque valgan bien poco.