Por Félix Cortés Camarillo.
¿Bañarme? ¡No!
No, que no que no,
que no que no,
que no que no…
Benito Antonio Fernández Ortiz, Ñico Saquito,
María Cristina me quiere gobernar.
De 1833 a 1840 tuvo lugar en España la primera guerra carlista. Se le conoce como la primera guerra civil española, como si España las necesitara. Surgió a raíz de la muerte de Fernando VII, quien dispuso que mientras su hija Isabel II, que entonces tenía tres años, alcanzara la edad de gobernar, ejerciera el poder su esposa María Cristina Borbón Dos Sicilias, su viuda. La fama pública de la regenta era pobre. De ella, los amoríos con un teniente que luego casó con ella y le encajó siete hijos más, eran dominio público. Así surgió y rápidamente se hizo popular la copla que fue copiada luego en Cuba, refugio de aquel exilio español: María Cristina me quiere gobernar, y yo le sigo le sigo la corriente… Era una de las muchas simientes de la canción americana de protesta en contra del poder impuesto.
Ñico Saquito tomó la copla española y le puso picardía y ritmo de merengue, como lo hizo luego con “Cuidadito” Compay Gallo, e hizo de ambas grandes éxitos de la música popular cubana del siglo veinte.
El otro día, en su mañanera, el presidente López desconoció la aseveración de Ortiz Pinchetti quien, me dicen, en un libro afirma que López Obrador puede escuchar a sus colaboradores pero hacer a fin de cuentas lo que le da su gana. Andrés Manuel asevera que él sí escucha. Que lo hace diariamente y que oye por lo menos a un millar de personas al día, sin contar al gabinete. Dejemos los números a los que se dedican a los números. Si el día hábil del presidente debe tener un estimado de doce horas, eso debiera decir un promedio de más de ochenta interlocutores por hora/día, si no dedicara su tiempo a ningún otro asunto. Pero esas son las cuentas del gran capitán. Creo que el espíritu del libro de Ortiz Pinchetti es la vocación autoritaria, intolerante, egocéntrica y a veces ofensiva, del presidente López hacia sus colaboradores. Y al resto de los que somos sus conciudadanos.
Lo cual es consecuente con la postura de un dictador.