Por Félix Cortés Camarillo.
Los regímenes autárquicos, esto es, los que no necesitan de guajes para nadar y que su propia producción de bienes y servicios les hace aparentemente autosuficientes, lo pueden ser por decisión propia u obligados por la presión externa. El mejor ejemplo del primer caso fue la Unión Soviética, cuyo orgullo político le obligó a mantener una apariencia de progreso incontenible que sólo podía manifestarse en el campo de las armas y de la conquista espacial mientras sus ciudadanos carecían de satisfactores que en Occidente eran cuestión de todos los días.
En el caso de las autarquías obligadas por el cerco exterior, las mejores muestras son Cuba y Corea del Norte. La primera, por su carácter insular, era fácil presa del bloqueo norteamericano, ordenado por la ciega oligofrenia de los gobiernos de Washington que acabaron entregando al régimen castrista a la órbita soviética para su final y pausado desmantelamiento. La segunda, arrebujada por Corea del Norte, se vio en la dependencia única de la caridad china.
El régimen mexicano actual se está asomando peligrosamente al modelo autárquico por decisión de su dirigente. El concepto de un gobierno aldeano, cerrado a todo contacto comercial, cultural o político con el extranjero, se manifiesta en la decisión de producir nosotros solos toda la gasolina que México necesite, aunque la refinería de Dos Bocas, si se llega a hacer, cuando se termine y sea productiva nos vamos a enterar que la gasolina ya es un combustible en peligro de desuso. Igualmente dejaremos en teoría de comprar el maíz y la soya que nos vende los Estados Unidos, y gradualmente seremos absolutamente autosuficientes.
Estos regímenes terminan necesitando un enemigo externo al cual culpar por todos sus males y defectos. No creo necesario establecer cuál es el enemigo que nos sofoca hoy en día.
En un aparente golpe de timón, el presidente López ha cambiado de la tolerante humildad –no voy a caer en provocaciones– ante las constantes y agresivas ofensas de Donald Trump, que llegaron a la torpe amenaza de los aranceles progresivos a las exportaciones mexicanas. La primera manifestación fue la carta a “su amigo” Donald Trump señalándole “no soy cobarde ni timorato”.
La respuesta del presidente de los Estados Unidos fue muy radical: no quiere talks sobre la migración que le lleva el fuego a los aparejos, sino action. Y action now, por parte de México hacia los migrantes.
El siguiente acto es igual de ambivalente. La política migratoria ha cambiado y los agentes de nuestro orden están conteniendo a los migrantes de Centroamérica y regresándolos. Justo lo que quiere Norteamérica, pero más. Al mismo tiempo, mañana a las cinco de la tarde la Nación mexicana está convocada, entera, a un acto de unidad nacional en Tijuana, “en defensa de la dignidad de México y en pro de las buenas relaciones con los Estados Unidos”. Todos los poderes, todos los empresarios, todas las organizaciones están convocados.
Nadie puede estar en contra de la unidad de los mexicanos en torno a su presidente; por otro lado, sólo un imbécil quisiera que el ratón vaquero enfrentase al león, aunque sea de circo.