Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
Lo que se tiene que hacer, como primer paso cuando se llega al poder, es allegarse de quienes tienen como tarea la seguridad. El principio del poder político es la posibilidad de la coacción física, pero el presidente Andrés Manuel López Obrador se apega fundamentalmente a Hobbes: se debe buscar la paz. Por eso el Ejército y la Guardia Nacional no son represores.
Como opositor, López Obrador ejercía una política de conflicto; como presidente, una política de composición: ni siquiera se reprime a los delincuentes del huachicoleo, por ejemplo, en flagrancia. El expresidente Felipe Calderón inició una política de seguridad de conflicto qua dañó irremediablemente al país: los sepulcros se transformaron en fosas. Ahora el presidente puede repetir la frase de Foucault (modificada de la famosa frase de Clausewitz): la política es la continuación de la guerra por otros medios. El general secretario Luis Crescencio Sandoval González y el almirante secretario José Rafael Ojeda Durán son inamovibles.
Los cambios podrían venir en el gabinete político, pero tal vez nos falte una óptica clara de la Secretaría de Gobernación. La secretaría dejó de ser la secretaría oscura del antiguo régimen y ahora se pretende humanista. Por eso el cambio en su titularidad parece innecesario porque ya otras secretarías y personajes ejercen también la política interna. Una secretaría represiva como la de Fernando Gutiérrez Barrios es imposible; una tan corrupta como la de Santiago Creel Miranda, inimaginable. El estilo personal de gobernar de Andrés Manuel es centralizar en sus decisiones la política interna, cuando lo requiere echa mano de Sánchez Cordero, del secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y del de Seguridad, Alfonso Durazo. No veo la necesidad de cambios.
La situación del acaudalado empresario Alfonso Romo en la Oficina Ejecutiva es precaria: se mueve como pez en la tierra. Aliado, diplomático y espía de los empresarios, no logra acomodarse en el gabinete. Acostumbrado a tomar decisiones y riesgos empresariales, en el gabinete ni toma ni da. No sé si se le agotó la línea directa con López Obrador. El ala radical de este gobierno, como el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, lo desprecia. Tampoco coordina al gabinete y su discurso, desde su pifia sobre el aeropuerto de Texcoco hasta su “sorpresa” compartida con Carlos Salazar Lomelí sobre las rondas petroleras, lo convierten no sólo en un personaje decorativo, sino prescindible operativamente. ¿Para qué mantenerlo?
Por último, la relación bilateral con el gobierno de Donald Trump es un asunto no sólo de seguridad nacional, también de seguridad comercial. Quitar a Marcelo de Relaciones Exteriores sería un error logístico que le costaría bastante al gobierno del presidente López Obrador. Frente a la discriminación institucionalizada de Trump, una política de inserción, de composición: inserción socioeconómica, laboral, de los migrantes. Ahí está el ideal descrito por Lelio Mármora en su libro Las políticas de migraciones internacionales (Paidós): “No hay desarrollo sostenible sin desarrollo humano. No hay desarrollo humano sin libertad humana. No hay libertad humana si las fronteras no logran transformarse de barreras en puntos de convergencia e integración”.
Así las cosas, Marcelo se queda en Exteriores. Y punto.