Fotografía propiedad de Cuartoscuro
Por Gabriel Contreras
Celso Piña tiene todos los elementos para ser considerado una leyenda. Tiene a su favor un origen pobre, talento natural, simpatía, gestos de generosidad, un pasado plenamente anecdótico y una aventura artística internacional.
A todo eso se añade una vida intensa, fragorosa, apasionada, y una muerte repentina, que da lugar tanto al asombro como a los líos judiciales y las polémicas.
Mientras su cuerpo se prepara para la ceremonia funeral, las redes sociales se inundan de elogios, remembranzas, sarcasmos y alegatos. Porque fue muy querido por el pueblo, y tratado con cierta ambivalencia por los miembros de la elite cultural y la clase política.
Celso Piña era un empleado de limpieza en un hospital. Punto. Sintió ganas de volverse músico oyendo discos colombianos. Y empezó tocando a ciegas, instintivamente. A pesar de ello, vivió un primer periodo de fama arrabalera con su Ronda Bogotá, fama que se esparció en los alrededores del Cerro de la Campana, la Colonia Independencia y la Nuevo Repueblo.
Después, todo parecía perdido, pero surgieron aires políticos que trataban de ver al pueblo con cierto perfil activo, militantes de lo popular en busca de símbolos.
Y así, entre anzuelos sociológicos y estaciones de radio en busca de popularidad, Celso Piña tuvo un segundo aire, y esta vez la asesoría de Rubén Mujica le sirvió de mucho, porque Celso se puso a cantar cosas «distintas», ligadas ya no solo a Colombia y su Valle Dupar, sino a ideas provenientes de la literatura, de la Revolución Cubana, e incluso del rock.
Una nueva ruta de alianzas lo esperaba, de modo que su acordeon acabaría fundiéndose con Café Tacuba, El Gran Silencio y Lila Downs.
De todo eso se derivó una proyección internacional que comenzaba a rendir verdaderos frutos cuando la muerte tocó a su puerta. De ese modo, un infarto le ganó a las vencidas y acabó durmiendo para siempre después de un desorden cardiaco.
Todos queremos seguirlo viendo, es muy cierto, con esa figura tan de pueblo, tan leve, tan nuestra. Celso, piensa más de uno en silencio, que la muerte no te detenga.