Por Félix Cortés Camarillo.
Siempre podrás contar conmigo,
al fin que ya lo vez quedamos como amigos…
Consuelo Velázquez, Que Seas Feliz.
A pesar de que mi vida ha sido un sube y baja de etapas de intensa felicidad alternando con momentos de profunda frustración, como debe ser toda vida que merezca la pena ser vivida, nunca me imaginé que la felicidad llegaría a hartarme. Siempre he celebrado esos momentos de contento, con las personas que me han acompañado en su búsqueda y regocijo. Pero ayer el presidente López, al ratificarme que soy feliz, feliz, feliz junto a la inmensa mayoría de los mexicanos que no pertenecen al grupúsculo de los emisarios del pasado neoliberal, incapaces siquiera de organizarse para ser una oposición brava y digna, me convenció de que ya no quiero esa enorme felixidad.
¿Escribí emisarios del pasado? Debe haber sido un lapsus memoriæ.
Lo que no lo es, es que ya me aburrí de ser tan tremendamente feliz, de que la economía de México vaya requetebién, de que ya se persiga la corrupción por lo menos en las altas esferas del gobierno, de que ya no exista el avión presidencial que ni Trump lo tiene –aunque siga pagando el estacionamiento más caro del universo– y de que la ilusión viaje en tranvía y los funcionarios no puedan desplazarse a jugar golf en helicópteros pagados por los contribuyentes.
Ya me duele la felicidad de saber que los ex presidentes de México no solamente ya no reciben cinco millones de pesos al mes, sino que no tienen ni siquiera el duplicado estipendio que se da a todos los adultos mayores, aunque en mi opinión, que nunca ha sido humilde, creo que uno de ellos merecería un apoyo por su incapacidad mental.
Me duele esa felicidad porque ya me la sé de memoria. Me la ha repetido el presidente López prácticamente cada mañana durante nueve meses.
El presidente López no dijo nada nuevo en su informe de ayer, así haya sido el primero, segundo, tercero, o décimo. La propaganda oficial previa a este acto afirma que ha cumplido más de las dos terceras partes de las promesas de campaña. Con todo respeto, yo no las veo y creo que no todos los otros felicísimos mexicanos las ven, por todas esas cosas tan extrañas de la vida. ¿Dónde está la carretera de Sonora que el presidente iba a inaugurar en abril? Si alguien ha visto funcionando una de las cien universidades juaristas, que me lo explique. Y puedo seguir.
No es la obstinación de un ciego criticismo el que habla aquí. Honestamente, yo quisiera que al presidente López le fuera muy bien y sus muy buenas intenciones pudieran alcanzar la bendición del buen desempeño. Yo, sin prueba documental, quiero creer que realmente sólo una minoría de los adultos mayores y de los discapacitados y de los ninis –que no es un derogativo, sino una mera descripción– no están recibiendo lo que las cifras felices de la cuarta república propagan. Ojalá fuera cierto, pero en esta nueva experiencia política se lanzan cifras al mayoreo, como la de los sueldos de setecientos mil pesos mensuales, la pensión de cinco millones de pesos a los expresidentes o la necesidad de comprar de emergencia y sin licitación pipas tanque para cubrir el desabasto de combustibles. Afirmaciones que nunca se documentaron o desglosaron.
Yo quisiera creerlo, para que el presidente y el resto de mis compatriotas sean felices.
Yo, ya me harté de tanta felixidad.