Eloy Garza González.
Eran once muchachos de Puebla que viajaron a Xochimilco el pasado domingo. Poco qué ver ahí: de los larguísimos canales que cruzaban Tenochtitlán, solo queda hoy un pálido reflejo, unas heridas líquidas, turbias, surcadas por trajineras. Sobre los tablones sellados con chapopote, se tiende la vendimia de antojitos, fritangas y mariachis al mejor postor. El paseo no ofrece más pasatiempos. Emborracharse y cantar. Yo francamente me aburrí la vez que fui. Decidí no volver a pararme. ¿Para qué perder mi tiempo?
Por supuesto, la gente del barrio vive de ese comercio. Le saben sacar provecho. Está bien y lo han superado todo: la desecación deliberada del Valle de México, las algas que chupaban el agua, los asaltos al por mayor, la mitología moribunda que conjetura “cómo fueron aquellas épocas” e inventa postales fake. Da lo mismo. Lo que queda es el pueblo sobreviviendo a costa de lo que sea, como sea. Y la inseguridad de los usuarios.
El muchacho que se ahogó el pasado domingo, a la vista de sus diez amigos, mientras quiso brincar de una trajinera a otra, delata la impericia de los operadores de trajineras, que no cuentan con ningún equipo de seguridad. Ni de primeros auxilios. Ni de sentido común. El joven se murió a la vista de todos. De sus diez compañeros. Frente a todos. Pese a todos.
La amiga suya no dejó de grabar en su móvil. A duras penas articuló unas palabras de incredulidad. Otros muchachos mejor enfocaron a sus amigos borrachos, atónitos, paralizados por la impotencia. Un usuario azotó el agua con un remo, hundió el palo entre las aguas fangosas. Pero no más.
¿Le arrojaron algún salvavidas al ahogado? No. ¿Le tendieron la mano? No. ¿Lo auxilió algún profesional? No. ¿Pidieron ayuda al menos? Tampoco. Los testigos se limitaron a ver. Abrir la boca de extrañeza. Manotear con inquietud. Rascarse la nuca. Asomarse al pantano. Y grabar con el celular.
Un día después, el video se hizo viral. Se volvió trending topic en Twitter. Hoy ya lleva miles de likes en Facebook. La muchacha que grabó pide ser entrevistada. Está a un paso de hacerse famosa. Estuvo en el lugar y en el momento exacto. Y no dejó de grabar. Son las modernas formas de comportarse. Y de ofrecer, literalmente, la mano al prójimo.