Por Félix Cortés Camarillo.
Tengo la casi certeza de que en México no hay redacción importante de periódico alguno por la que no haya pasado, así fuera brevemente, Raymundo Riva Palacio. Hoy, además de un muy breve programa matutino en el que fue Canal Cuatro, sus textos deambulan por las benditas redes sociales.
Ayer en la matutina homilía se dijo que Raymundo había afirmado que el presidente López estaba muy malito de su corazoncito, ocasión que aprovechó don Andrés Manuel para afirmar que está muy bien, Dios lo guarde, aunque haya sufrido ya un infarto. Revisando el texto de Riva Palacio, lo que él escribió es que el presidente se cuida temeroso de su salud y evita los vuelos prolongados por su condición cardíaca. Nada más.
El episodio viene a cuenta porque los ciudadanos de todos los países –excepto la Unión Soviética en los días de la muerte de Stalin– deben estar perfectamente informados del estado de salud de su primer mandatario. En México, muy a lo moscovita, esa información ha sido tradicionalmente guardada bajo siete llaves, desde que los aneurismas de López Mateos lo mataron en medio de la tortura de terribles migrañas.
Más recientemente, muy apenitas nos enteramos que Felipe Calderón, como el chivo de Cri-Cri, se cayó de la bicicleta sin saber andar, y que a Enrique Peña Nieto le extirparon algo raro cerca de la glándula tiroidea. Fuera de eso, nada se sabe de los que guían nuestros destinos y su salud.
Ya que somos tan dados en este país a revisar y modificar cuanta ley nos rige, aunque no se respete ¿no valdría la pena regular la difusión oportuna del estado de salud del presidente?
Se evitarían especulaciones, como la motivada por una línea de Raymundo.
PILÓN.- Cuando yo ya me estaba acostumbrando a que en la política mexicana todo lo que fue antes de la cuarta república no existe más, Don Zoé Robledo –quien al irse tras el despreciado hueso de la dirección general del IMSS no se desprendió de la tarea de organizar este año los festejos septembrinos por el aniversario del inicio de la guerra de Independencia– me trajo de regreso al pasado. Esta noche del día 15 de septiembre en Palacio Nacional, todo será distinto para que todo sea igual por lo menos en un detalle memorable.
No, no habrá invitados especiales en los balcones del grito, ni los hijos del presidente López ni sus novias. No, no habrá cena opípara en el patio central de la casa del presidente. Pero, ¿adivinen qué? No habrá chupe para los 650 invitados especiales a la ceremonia, que seguramente repetirán los que fueron al llamado primer informe. O tercero, o sabe Dios.
En lugar de la cena que se daba en el patio central de la casa del presidente habrá un convivio, en el que no se servirá bebidas alcohólicas. Solamente agüita de sabores, vamos.
El espíritu de la preciosa señora que fue María Esther Zuno de Echeverría, quien decidió que en la Noche del Grito se sirviera solamente agua de jamaica, horchata y tamarindo, ha regresado; junto con el espíritu de Juárez, quien murió de angina de pecho en una recámara vecina de la que ocupa el hoy presidente.
Así son los tiempos de la cuarta República.