Por Félix Cortés Camarillo.
En el año del Señor de 1577, un tal Alberto del Canto fue enviado desde el Virreinato de la Nueva España rumbo al desatendido norte para fundar Santiago del Saltillo; entre sus ocios, Alberto anduvo rumbo al oriente y vio un valle bellísimo. No se le ocurrió fundar ahí la ciudad de Monterrey.
Más tarde, un judío converso que se llamó Luis Carvajal y de la Cueva y llegó a la alcaldía Tampico, regresó a España para pedirle el patrocinio de la colonización a Felipe II.
Lo que obtuvo no fue magro; el rey le firmó una concesión de doscientas leguas tierra adentro. La corona ya no tenía dinero ni disposición para seguir patrocinando lo que iba a ser su principal capital, la Colonia. Reza el acuerdo firmado el 31 de mayo de 1579:
“…desde el puerto de Tampico, río de Pánuco y las minas de Mazapil hasta los límites de Nueva Galicia y de ahí al norte lo que está por descubrir de un mar a otro, con que no exceda de doscientas leguas de latitud por doscientas de longitud, que se llame e intitule Nuevo Reino de Leon.”
En los tiempos de Felipe II, una legua equivalía a cinco hectáreas, más menos. No era un territorio chico. Carvajal designó a Felipe de Nuño a cuidar la región del Pánuco; a Gaspar Castaño el norte y a Diego de Montemayor la zona de Monterrey.
De ahí nace la fábula de que don Diego fundó, por tercera vez, nuestra ciudad.
No tiene en realidad importancia. Las condiciones ambientales, la realidad geopolítica, hizo surgir aquí en un agreste ambiente una raza especial, enriquecida por las migraciones regionales en busca de trabajo. Algún exagerado nos llamó la capital industrial de México. No es para tanto, pero no es para menos.
Se acaba de cumplir un aniversario más del vil asesinato de don Eugenio Garza Sada, un regiomontano de excepción cuyo ideario se publica cíclicamente para nuestra memoria. Algún imbécil calificó de valientes a los jóvenes que le dieron muerte. No vale la pena detenernos en eso. Tampoco en la traición de Diego de Montemayor.
Es verdad que los pueblos que no tienen memoria no tienen futuro. Tampoco tiene presente.