Por Félix Cortés Camarillo.
Por estas fechas, y este año en especial a propósito del sainete armado alrededor de la triste muerte del triste José José, los mexicanos tratamos de convencernos a nosotros mismos de que somos los únicos seguidores del culto inane a la muerte en todo el mundo. Bastaría echarle un vistazo a los grabados medievales germánicos o a los ritos funerarios de la India para convencernos que no es así.
Pero si vamos al caso de las farsas macabras, había que ver cómo el viernes en España lo que iba a ser un acto simple de ajuste de cuentas con un pasado lejano, se convirtió en un acto politizado del que todo mundo quiso sacar raja política, especialmente en tiempo de elecciones.
Vamos a ver: después de 44 años de reposar en el centro del escenario magnífico de la catedral que mandó construir en el Valle de los Caídos, a una hora de Madrid, los restos de Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, por disposición del gobierno español fueron exhumados del monumental mausoleo que se mandó construir simulando rendir homenaje a las víctimas de la Guerra Civil Española que el franquismo ganó. Luego de una larga ceremonia transmitida completa por la televisión pública -y la privada- en vivo, lo que queda de Franco se depositó en un panteón privado en El Prado; temporalmente.
Este acto ya es obsoleto. Los españoles que nacieron después del franquismo no saben quién fue el Caudillo ni les importa; viven en un país moderno, avanzadamente democrático, líder en asistencia social y ciencia médica, un país moderno, vaya, al que no le interesan fiambres de 44 años.
Pues no. Como es período electoral, todos quisieron aprovecharse de la circunstancia. El último gesto fue, en la funeraria, cuando un grupo de familiares del fiambre y de franquistas entonaron De Cara al Sol haciendo el saludo nazi frente al cajón donde estaban los huesos del dictador.
Se supone, porque nunca se cumplió el protocolo, en la exhumación no se verificó que en la caja estuvieran los restos de Franco o no.
Lo mismo que pasó con el ataúd frente al que millones de mexicanos le lloraron a José José. Sí, no hacen ruido, pero es más grande su dolor.
PILÓN.- A todos los niveles, los gobernantes mexicanos dan muestras persistentes de su ineficiencia, corrupción o torpeza. Si el Ejecutivo Federal insiste en su mayestática intolerancia y el Judicial se empeña en convencernos de que es corrupto, los legisladores no entonan mal las rancheras. Eso a nivel federal. En los estados es peor; dejo de lado a los gobernadores porque los congresos locales están dando la nota. Es una desvergüenza el tongo armado por el Congreso de Baja California para imponer el capricho de prolongar el período de dos años del gobernador electo Bonilla a cinco años.
Pero eso no es nada. El imbécil Congreso del Estado Libre y Soberano de Nuevo León pretende modificar la ley de Salud del Estado para que los médicos y prestadores de servicios en la entidad puedan aludir a las objeciones de conciencia para negar asistencia a los grupos que su conciencia decida.
¿Adivinanza? Homosexuales y lesbianas, indígenas, pobres, enfermos de SIDA y toda la lista que armó hace decenios el KuKluxKlan mexicano.
Y los nuevoleoneses parece que ni se enteran, ni saben que hay una falacia que se llama el juramento hipocrático.