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Por Félix Cortés Camarillo.

No es preciso ser un genio chino del arte de la guerra para entender que ningún ejército, por más numeroso en efectivos que sea, o mejor pertrechado esté, debe emprender una ofensiva bélica con más de un enemigo a la vez.

El presidente López, entre otras muchas cosas, no entiende que no entiende esa mínima máxima de la lógica esencial. No solamente mantiene un permanente duelo de vencidas con el sector empresarial que tiene a la economía mexicana al borde del colapso por estancamiento; mantiene, porque piensa que le reditúa popularidad y argumentos de defensa, un permanente enfrentamiento con lo que él llama el neoliberalismo, específicamente con los ejercicios de cuatro de las cinco administraciones que le precedieron. Sus preferidos blancos de ataque son, desde luego, Carlos Salinas, Vicente Fox y Felipe Calderón. Escasas menciones críticas van dirigidas a Enrique Peña, ya no se diga acciones concretas en contra de sus personeros sospechosos con razón de trastupijes y mañas perversas; hágase excepción de Rosario Robles, contra la que la saña de la persecución parece tener tintes personales.

Pero el presidente López tiene, como tuvo Luis Echeverría, una fascinación en contra de los medios de comunicación que no le rinden tributo con su labia expedita y su tinta elogiosa. Mientras se esgrime el manido argumento del irrestricto respeto a la libertad de expresión y a la disidencia –que en su momento todos los presidentes, comenzando por Echeverría han puesto en sus discursos– la piel del presidente López es intolerante ante todos los medios críticos y todos los presidentes que no se apresuren a elogiar sus acciones, posturas, convicciones y proyectos.

Lo cual no ha tenido consecuencias graves hasta el momento. El cuarto poder no es tan poderoso como el presidente López lo piensa, de la misma manera que las “benditas” redes sociales no tienen la trascendencia en el ámbito social que el presidente López les atribuye.

Otra cosa son los hombres de verde.

Los integrantes de las fuerzas armadas de nuestro país, que son –como efectivamente lo ha dicho en más de una ocasión– pueblo mexicano en uniforme, han sido objeto por parte de su Jefe Supremo, no solamente de maltrato y menosprecio sino de ofensa directa. A raíz del fallido dispositivo en Culiacán para detener y luego liberar al hijo del Chapo Guzmán, el general Carlos Demetrio Gaytán Ochoa, orador en un desayuno y frente al General Secretario de la Defensa Nacional, denunció que los hombres de verde se sintieron en Culiacán “agraviados como mexicanos y ofendidos como soldados”. Se refería a la actitud del Ejecutivo en el caso de la aprehensión de Ovidio Guzmán y el toque a retirada que el presidente López mandó a tocar. Pero tenía en mente la actitud de víctimas dóciles del oprobio y la humillación que los hombres de verde han sido obligados a mantener por órdenes de su Superioridad en más de un grave incidente de enfrentamiento con la delincuencia. Tenían órdenes de dejarse someter, sin disparar un tiro, por el temor constante del presidente López de ser considerado un represor del corte de todos sus antecesores, según él. El fantasma del respeto a los derechos humanos ha sido un instrumento de humillación para esa importantísima parte del pueblo de México que viste de uniforme. Desde soldados rasos hasta altos mandos.

Mientras visitaba este fin de semana a sus muertos en Tabasco, el presidente López sintió la necesidad de aclarar específicamente de que México no estaba maduro para un golpe de Estado.

Es posible que no. Es deseable que así sea. Pero es evidente que si alguien ha estado atizando esas chispas que pudieran convertirse en fuego, es el propios presidente López.

felixcortescama@gmail.com

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Autor: lostubos
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