Por Félix Cortés Camarillo
Y desde aquel instante,
mejor fuera morir.
Ni cerca ni distante
podemos ya vivir….
Bienvenido Fabián, «Dos Almas»
El lunes 25 de noviembre hubo en muchas ciudades del mundo manifestaciones a favor del cese a la violencia en contra de las mujeres, en extremo, en contra de su brutal asesinato, que ahora llamamos feminicidio. La suerte de estos eventos fue variopinta, pero esa misma tarde del lunes,en la Ciudad de México, un par de sicarios que viajaba en una motocicleta se acercó al vehículo en que iba la señora joven Abril Pérez Sagaón, una regiomontana madre de tres, que por Río Churubusco se dirigía al aeropuerto para regresar a su casa. Iba acompañada de dos de sus hijos que habían salido de una evaluación psicométrica como parte de esos juicios que deben ser los más molestos del Universo, que son las disputas de la custodia de los hijos en un juicio de divorcio.
Dos almas que en el mundo, había unido Dios.
La tragedia había comenzado a tejer su último capítulo el pasado 4 de enero, después de 25 años de matrimonio con el exitoso empresario y alto ejecutivo Juan Carlos García, años ricos en agresiones verbales y físicas del esposo a la mujer. Ese 4 de enero, mientras ella dormía, el marido la agarró a batazos; cuando ella se incorporó, él trató de estrangularla. La intervención del hijo de ambos cortó el ataque fatal. No la contienda. El agresor, convicto y confeso del acto fue a la cárcel, pero no agotó su sed de venganza. Ni su capacidad de corrupción tampoco. El juez de control del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, Federico Mosco González, reclasificó el delito del señor García, y en lugar de ser culpable de feminicidio en grado de tentativa, se redujo a violencia familiar. Como si esto fueran cacahuates.
El señor García fue puesto en libertad en noviembre. Esta semana «alguien» siguió a la señora Pérez Sagaón cuando iba al aeropuerto y la mató de dos certeros balazos en la cabeza. Abril Cecilia fue sepultada el jueves en Monterrey.
Este caso tiene dos vertientes importantísimas. Primero la institucionalizada violencia hacia las mujeres que se ha estampado en nuestra cultura legal, administrativa, conductal, educativa, social y desde luego popular que hemos propiciado por siglos.
«Déjelo que me pegue, que es mi viejo», decía el estereotipo de nuestras mujeres en el viejo chiste machista de hace un siglo. Una actitud, una conducta, una convicción soportada por la infraestructura social: la iglesia, la academia, los medios de comunicación y los de entretenimiento –nuestro glorioso cine de oro, por ejemplo.
El reto es un acertijo simple: lo más difícil de cambiar en el mundo es la actitud del ser humano. Tal vez sea más fácil allanar el camino por la transformación de las leyes.
Y por una profunda revisión, por parte de la cuarta simulación, del aparato judicial de este país: sin dejar fuera al Ejecutivo y al Legislativo, anda en niveles mucho más ínfimos.
La peor moraleja que nos queda de ese horrible caso es la corrupción del sistema mexicano de impartición de la justicia. Los que saben de esto le han llamado la justicia de la puerta giratoria: si conocemos de delitos, si tenemos a los policías necesarios, eficientes y honestos, si los capturamos y los consignamos, siempre hay un juez que encuentre la manera de dejar a los delincuentes en libertad.
Dos almas que el mundo, había unido Dios, dos almas en el mundo, eso éramos tu yo.
PARA LA MAÑANERA.- Señor Presidente, con todo respeto: ¿A qué se debe el encono en la decisión de refundir en la cárcel a su otrora aliada y consentida Rosario Robles? Yo no digo que ella sea inocente, no soy juez, pero la vara de medición es distinta a la de delincuentes que los mexicanos conocemos muy bien. Entre tú y yo, ¿no hay nada personal?