Eso sí calienta.
Andrés Manuel López Obrador
cuando no tiene respuesta.
Con toda seguridad, en el escritorio del presidente López no hay un papel que le recuerde los apellidos de Fátima, la niña asesinada cuyo secuestro y muerte ha sacudido la conciencia de los mexicanos. Tampoco tendrá a la mano los apellidos de –como recuerda Raymundo Riva Palacio- Ingrid, Minerva, Ma. Del Pilar, Isabele, Janeth, Judith, Martha, Jazmín, Sonia, Ana Daniela, Cinthia, Raquel o Abril, o tantas otras muertas que en el año 2019 alcanzaron la cifra de 976 víctimas de feminicidio. En las seis semanas de lo que va de este año llegan ya a la media docena. Las denunciadas.
Pero cuando se trata del rencor, la memoria no es tan fallida.
En el mitote matutino de ayer, un presidente López visiblemente irritado y más intolerante que nunca, se acordó de los apellidos de Liébano Sáenz, quien se tomó la pequeña libertad de retwittear algún texto que desconozco pero que resultó molesto a Andrés Manuel. Y, haciendo uso de su argumento favorito, preguntó por qué los críticos de su gestión de hoy no dijeron nada frente a los errores de los regímenes del pasado mexicano reciente, un pasado que mide una treintena de años y que se brinca a la torera los seis de Enrique Peña Nieto.
Liébano Sánez lleva el estigma de haber servido en puesto clave al malhadado presidente Ernesto Zedillo. Ergo, no tiene derecho a opinar. Vamos, ni siquiera a pensar y mucho menos a expresar cualquier cosa en las benditas redes sociales. Todo eso a pesar de la insistencia en el respeto a la libertad de expresión, que se debe reconocer.
Solamente una vez en mi vida vi y hablé con Liébano Sáenz; coincidentalmente fue la única ocasión también en que me subí al avión presidencial, aparentemente a sugerencia de Liébano, sin causa justificada. Sin embargo, he seguido su actividad en el periodismo de opinión, pero especialmente en una empresa de análisis político que comanda y que se llama Gabinete de Comunicación Estratégica.
Y aquí, como diría mi abuela, ya salió el peine.
Hace más de tres años el hoy presidente López denunció a “la mafia del poder” empeñada en poner al descubierto sus, según él, descalificaciones como candidato que había contratado a profesionales de la infamia. En ese entonces, su acusación tuvo nombres y apellidos, como ahora. Se refirió en su denuncia a una empresa Cambridge en los Estados Unidos y a GCE, Gabinete de Comunicación Estratégica, la compañía que maneja Liébano.
Aunque la cita es vaga, debo deducir que Andrés Manuel se refería a Cambridge Analytica, una compañía inglesa de manejo de datos que desapareció en el 2018 en medio de un escándalo que involucró a entidades tan relevantes como Donald Trump y Facebook en el robo y manipulación perversa de información que todos seguimos considerando confidencial y de nuestro exclusivo uso.
Pero eso es Cambridge. GCE ha sido un analista imparcial a todas luces que revisa la situación política de nuestro país. Lamentablemente, su juicio imparcial termina por dejarnos el sabor de boca de la decepción. Eso es lo que el presidente López no puede aceptar: nos ha decepcionado, incluso a los que no votamos por él. Y la decepción de los mexicanos puede convertirse en ira: ayer por la mañana, al criticar a sus antecesores en el poder, el presidente López sacaba el petate del muerto para decirnos que “antes” estuvimos a punto de un alzamiento armado.
Ni fue cierto entonces, ni es cierto hoy. Los mexicanos ya no vamos a levantarnos en armas.
Lo que necesitamos es levantarnos temprano.
Y entender lo que nos pasa.
El asunto no es que tantos cientos de mujeres mexicanas mueran por el simple hecho de ser mujeres, o que la violencia desatada en el Bajío, Veracruz o cualquier sitio de nuestra geografía no tengan respuesta, o que la economía siga estancada y sigan inexistentes los medicamentos que los mexicanos necesitan, o que la vocación mayor del Primer Mandatario es la de billetero en las esquinas.
Así no se puede enfrentar la serie de problemas graves que este país tiene.
Lo verdaderamente grave es que la reacción del gobernante salga de las entrañas, esas vísceras ubicadas abajo del ombligo y que poco tienen que ver con el cerebro, y que suelen irritarse y tornarse agresivas cuando calienta el sol.
PARA LA MAÑANERA.– Señor Presidente, con todo respeto: ¿No tiene usted en su equipo alguien que pueda enfrentar, por la razón o por la fuerza, a las feminazis que en número de sesenta le pintarrajean a diario su casa, que es la casa de todos nosotros?