Por Félix Cortés Camarillo
La teoría del presidente López de que la mejor política exterior de México es su política interior puede ser, como mucha de sus pavadas, muy discutible. Lo que es innegable es que su peor política interior es la exterior que está improvisando.
El próximo miércoles, con toda seguridad, se estará reuniendo en Washington con el presidente Trump y el primer ministro Trudeau. El pretexto no es solamente la puesta en acción del nuevo tratado de libre comercio sino además agradecer zalameramente al orate que manda en Washington por la solidaridad mostrada tanto en la reducción de la cuota petrolera de México ante la OPEP como en las medidas emergentes para atender la pandemia.
Alguien se preguntaba esta semana qué se la había perdido al presidente López en los Estados Unidos. En realidad, a lo que Andrés Manuel está acudiendo a a ser un importante alfil en apoyo de la reelección del presidente Trump en las elecciones de noviembre.
Según los especialistas en sondeos, el 27% de los norteamericanos de origen mexicano votó por Trump hace cuatro años; en el mejor de los escenarios posibles, sólo el 20 por ciento lo haría ahora, cuando el número neto ha crecido.
En el arco iris racial poco puede esperar Trump de las llamadas minorías, que ya no lo son tanto. Luego de las muestras de brutalidad policíaca contra los negros de los meses anteriores, es difícil que Trump pueda contar con más votos que los de los blancos llamados red necks, de la clase obrera norteamericana blanca. Los hispanos, segunda minoría nacional, han sido tradicionalmente apáticos a la hora de emitir su voto; las agresiones raciales del presidente Trump en contra nuestra durante los inicios de su ejercicio le deberían cobrar este noviembre que viene.
Por eso Trump necesita llevar a López a que lo apapache y apoye. Seguramente el señor de la Casa Blanca piensa que el presidente López mantiene un liderazgo entre la chicanada de allá similar a la que le llevó a la presidencia entre la chicanada de aquí. Yo no comparto esa deducción, pero ese no es mi problema.
Este será el primer viaje del presidente mexicano al extranjero, y seguramente uno de los pocos. La presión de los Estados Unidos debe ser muy alta; Trump no sólo necesita el espaldarazo a su campaña de reelección: requiere también la ratificación de la política mexicana de migración, que ha hecho de nuestros policías y soldados el muro de contención a las oleadas migratorias de Centroamérica de pobres que anhelan cruzar la frontera norte de nuestro país y llegar al sueño americano. Ese compromiso lo ha adoptado la administración López con entusiasmo febril, llenando la frontera del Bravo con migrantes rechazados que siguen siendo sospechosos de albergar brotes de coronavirus.
Las posturas de los integrantes del círculo más cercano al poder del presidente López distan mucho de ser unívocas. Hay más tendencias que las tradicionales de palomas y halcones, y cada una jala para su lado. El canciller Ebrard es de los moderados inclinados a llevar la fiesta en paz con el vecino del norte, pero hay otras opiniones. Antes del fin de semana veremos cuál de los criterios prevalece.
Yo voy blanco y el miércoles veremos a Andrés Manuel siguiendo en Washington los protocolos de seguridad e higiene que en su país no observa.
Candil de la calle, farolito.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA PORQUE NO ME DEJAN ENTRAR SIN TAPABOCAS: Con todo respeto, Señor Presidente, usted no tiene ningún derecho ni razón para erigirse en juez de las elecciones del año que viene. Las estaría descalificando de origen ¿Cuándo entenderá?
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