Por Carlos Chavarría
Todos los días la presidencia abre nuevos frentes para sus exabruptos. Ahora está personalizando sus dardos discursivos hacia periódicos, personas y hasta empresas como Twitter o Facebook amparándose precisamente en el derecho que tiene como cualquier mortal para defenderse.
Todos tenemos derecho a defendernos ante cualquier crítica u opinión encontrada con las nuestras. El presidente como ciudadano y cabeza del Ejecutivo tiene también todo el derecho a defender sus posiciones y contestar lo que a buen juicio, educación y cortesía, requiera argumentación. Por lo tanto nadie puede acusar de excesivo el uso que hace el presidente de sus conferencias matutinas para su defensa.
En sentido contrario, también nadie tiene derecho a descalificar, denostar, denigrar e insultar a cualquiera sin exponerse a la obligación de disculpa pública. La crítica, cuando es fundada y razonada no puede considerarse ofensiva o como una agresión, muy por el contrario, de la crítica se aprende cuando se quiere aprender. El pensamiento crítico es parte de la naturaleza humana.
No es nuevo el conflicto entre medios de comunicación y el poder, de hecho son parte del poder por el lado que se le vea y en tal sentido también tienen sus intereses. La información y el conocimiento y la manera en que se divulgan determinan buena parte de la opinión pública y el razonamiento social.
La dominancia sobre el conocimiento afecta las estructuras políticas y sociales y las élites, el Estado entre ellas, tienen siempre especial interés en sostener una o más tendencias de acuerdo a la circunstancia y a la trascendencia sobre las decisiones estratégicas que habrás de tomar.
Las élites siempre se han sentido amenazadas cuando la dispersión de los contenidos no está bajo su control y censura, pero es ahí donde reside la base de la libertad en una nación educada.
El Estado dispone de mecanismos de comunicación social formales e informales y ahora se acostumbra que los presidentes participen más activa y personalmente en la creación de tendencias que sean de su interés.
Los medios de comunicación formales, por más que lo intenten, no son creíbles cuando adoptan o sugieren posiciones de ruptura social, porque es bien reconocido que no dirigen la nación, el único que tiene ese poder es el Estado, por ello el discurso desde los más altos niveles del gobierno debe ser cuidadoso y veraz. López Obrador pocas veces lo es.
La cultura de una nación es algo ya dado y su manipulación efectiva desde los medios requiere del paso de generaciones enteras para moverse ideológicamente y aun así los resultados serían de muy dudoso éxito.
Pero cuando el intento de manipulación proviene desde la presidencia de la república la cosa ya no es pareja porque el presidente es un mandatario y su ámbito se debe constreñir a lo que ordena la carta magna, por más que quiera forzarlo entre líneas.
Todos los presidentes de México han sido cuidadosos de sus palabras, tanto, que quizás hasta abusando de la ambigüedad, cada uno estuvo consciente del peso de una opinión presidencial, pues una aseveración, crítica, broma, o un mal dicho presidencial de inmediato se convertirá en dictado para la acción. Así que suena absurdo que López Obrador, con el cargo que ostenta, quiera verse como igual frente a cualquier persona.
Más cuando ya es demasiado notorio el uso que hace la presidencia de las mañaneras, las redes sociales y las plumas a su servicio para convertirlos en el eco hasta de lo más ridículo de sus planteamientos.
La represión trabaja de formas muy sutiles y en México lo sabemos muy bien, tan es así que muchas de nuestras reglas de cortesía y trato que parecieran cordialidad y calidez están en realidad inspiradas en el temor por ser asertivos, temor que fue alimentado por 300 años de coloniaje, 100 de guerras intestinas post independentistas y ya 100 años más de una institucionalidad frágil sometida a la voluntad omnímoda presidencial que nadie se atreve a tocar y que nos tiene perdidos en un laberinto de complicidades.
Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto.
Noam Chomsky (1928-X). Lingüista, filósofo y activista estadounidense.