Por Obed Campos
El vocablo en español “asesino”, proviene de la palabra árabe “hassassin”, traducida algo así como “fumador de hachís”, como se conocía a los adeptos miembros de una organización paramilitar con tintes religiosos, los nizaríes entre los siglos VIII-XV. La chamba de estos cuates era el asesinato por encargo de líderes sociales, como gobernantes o sacerdotes y se supone que siempre andaban bien “atizados” con la droga para cumplir con su nefasto encargo.
Lo que pasa con los modernos reporteros de policía es que, al no leer, creen que cualquier homicidio, cualquier muerte es un asesinato y no… Porque para serlo, tendría que haber sido cumplido ese crimen como encargo… y cometido con las tres famosas agravantes de premeditación, alevosía y ventaja.
Pero que los policías no “asesinen” no significa que no cometan mortales errores, como los nada claros hechos de hace una semana en que dos albañiles fueron, ahora sí que, ejecutados por policías de Fuerza Civil, en Nuevo León.
Tibios se ven nuestros diputados en el Congreso de Nuevo León quienes apenas exhortaron al secretario de Seguridad, Aldo Fasci, al fiscal Gustavo Adolfo Guerrero y al presidente o presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (quién sabe como se llame) para que rindan un informe por escrito.
Lo que deberían de hacer nuestros legisladores es llamar a estos personajes a cuentas y exigirles, en persona que rindan una explicación sobre los hechos.
Por lo demás, que me perdone el prócer de Guillermo Prieto, por parafrasear su máxima, con la cual supuestamente le salvó la vida a Benito Juárez.
E insisto: “Los valientes no asesinan”.