Por Eloy Garza González
Este 2020 será el año del dolor y de la muerte. En realidad, todos los años son de dolor y muerte. No hay uno solo que no lo sea. Por supuesto, la pandemia volvió más generalizada y más frecuente nuestra experiencia de duelo. Esperemos que 2021 nos traiga días más livianos, sin tanto peso fúnebre: no hay motivos para no ser optimistas.
Como lecciones de vida, de valentía ante el sufrimiento propio o de un familiar o amigo, ofrezco de regalo a mis lectores dos textos que tienen que ver no con el dolor (que es inevitable) sino con la manera de afrontarlo. El primero es un fragmento de una entrevista que le publicó El País (22/12/20) al poeta catalán Joan Margarit, recién galardonado con el Premio Cervantes.
Además de poeta, Margarit es uno de los mejores arquitectos de la Península Ibérica y fue uno de los responsables de la continuación de trabajos de La Sagrada Familia de Gaudí. Margarit, 82 años, está enfermo de cáncer. Fue padre de una linda niña con Síndrome de Down, llamada Joana. Esto dice Margarit de su hija ya fallecida:
“Mi relación con Joana fue difícil, como en todos estos casos. Mi mujer y yo no estábamos preparados para esa experiencia. Los síntomas eran claros y me di cuenta pronto. Eso es lo que te da saber matemáticas. Tenía los dos dedos pulgares al revés cuando nació. No podía ser un error de la naturaleza equivocarse dos veces en la misma dirección. Era el cerebro lo que fallaba. Llegó de entrada el rechazo a eso y después vino el acto amoroso de conocer a aquel ser que acaba convirtiéndose en lo más importante de tu vida. Ya sabes todo: hasta el nombre de la enfermedad. Lo aceptas, el amor vence al miedo y se lleva todo peligro. Te enamoras de esa persona bondadosa, a la que le falta toda la maldad; ese ser que es el bien en esencia, por tanto, indefenso para la vida, porque quienes salimos adelante lo hacemos con maldad. Si todos fuéramos como Joana, pereceríamos. La bondad total solo la he visto una vez: en ella. Si la dejas sola, se muere. Es complicado”.
Y sigue Margarit: “con este año 2020 he vivido dos vidas paralelas. Una, el confinamiento. Yo he buscado toda mi vida estar confinado, pero no he podido. Y otra terrible, con un tratamiento por cáncer linfático del que no se cómo saldré; no se si al final acabará bien o no. Pero tengo 82 años y estafado no me puedo sentir. Bueno, si me va mal, me moriré a los 83 y agradecido con la vida”.
La otra lectura es una carta poco conocida que la esposa de Alfonso Reyes, doña Manuela Mota, le dedicó a su marido el 25 de abril de 1944. Reyes acaba de sufrir a los 44 años su primer infarto (uno de tres que lo llevarán a la tumba en 1959). Decide don Alfonso marcharse solo, sin su familia, a su casa de Cuernavaca. El sabio mexicano siempre alegre, felizmente irónico y jovial, ahora se hunde en una depresión oscura y sin salida: protesta por su mala suerte y lo dominan arranques de coraje casi metafísico. Yo pienso, con todo respeto, que ese coraje era su forma de disfrazar el miedo (sensación muy comprensible).
Como siempre, entra al quite doña Manuela, mujer tan sabia o más que su marido, porque cultivaba la virtud del amor sin límites a su pareja. Doña Manuela le escribe una carta bellísima, de la que entresaco algunas líneas:
“Yo se bien que tu tristeza es el resultado de tu inmenso cansancio y de tanta pena que te agobia. Pero hay que reaccionar y no entregarse a una derrota prematura. Tú eres valiente y tu padre difunto te acompañará y te hará romper ese estado en que te estás arrojando. No hay por qué entregarse a la orgía del dolor”. Nuestro Regiomontano Universal murió en 1959 y Manuela Mota lo sobrevivió seis años. Recordemos las palabras de esta gran mujer: no nos entreguemos a la derrota prematura ni a la orgía del dolor