Por Obed Campos
Todavía con la baba caída por los eventos de ayer en Washington, esta mañana reviso mis apuntes de la toma del Capitolio por parte de unos vándalos azuzados por el mismísimo presidente del peluquín pintado Donald Trump.
¿Por qué tardaron tanto en desplegarse las fuerzas de seguridad? ¿Por qué los guardianes del Capitolio se vieron más como empleados de seguridad de Soriana?
Hay muchas aristas en lo que algunos analistas han llamado una “implosión” social en el país vecino, la cual se vio matizada por escenas surrealistas, y con cada personaje, como “Batman” y el otro loco cornudo y encuerado…
Lo que es innegable es que los líos por racismo, sociedad y economía más allá del Bravo, que ellos conocen como Río Grande, tienen la misma edad (o más) que esa nación.
Y aquí que quede claro que no las inventó el trumpismo, aunque las facilitó, las disfrutó y les sacó provecho en los últimos cuatro años. Su política siempre fue la de “divide y vencerás” (¿a quién me recuerda?).
¿En qué se parecen Hitler y Mussolini y sus gobiernos a la administración trumpiana? En que todos llegaron al poder mediante el voto popular, porque ese tipo de dictadores totalitarios y todos su símiles en la historia se venden al pueblo como sus salvadores (remember «make America great again»).
A estas horas, en que por sus acciones y su empecinamiento de gritar fraude donde legalmente no lo hubo, parece que Trump logró unir a la mayoría de los Estados Unidos… pero en su contra. Eso sí, llamarlo “el peor presidente en la historia de los EU” es un piropo.
Pero la primer pregunta que formulo, ¿por qué tardaron tanto en desplegarse las fuerzas de seguridad? Nos deja azorados a más de cuatro, porque es increíble que uno los cuerpos de inteligencia más avanzados del planeta Tierra se hayan quedado dormidos y no hayan previsto en sus panoramas la peligrosidad de este escenario. ¿Pos no que muy salsas?
Los Estados Unidos, ante todo orden y compostura, quedaron ayer tarde como cualquier “República Bananera”, como ellos consideraban a los países del tercer mundo.
Cierro mi pensamiento de esta mañana con unas líneas que me dedica el periodista Francisco Villarreal:
“Eso de Washington no es una revolución sino un ridículo intento de golpe de Estado. Nada que ver con chairos, pero sí con demagogos populistas que no sólo están en Palacio Nacional…”
Pero viendo las barbas de nuestro vecino cortar, ¿no será hora de poner las nuestras a remojar? Es pregunta.