Por Eloy Garza González
A este loco fanático no le gusta usar camisa. Se pone un gorro con enormes cuernos de búfalo, se pinta la cara al estilo guerrero sioux, se ata la bandera norteamericana en una lanza y grita a todo pulmón que a Donald Trump le robaron por la mala la presidencia. Se llama Jake Angeli, se apoda Q-Shaman, es por otra parte irónicamente un trabajador modelo, y milita en un movimiento de derecha que asaltó el Capitolio: QAnon y que he abordado en varios artículos desde hace más de un año.
“Creer sospechas, negar verdades”, es frase del poeta Lope de Vega pero aplica muy bien para Q-Shaman. Los fanáticos como él se inventan una fantasía conspirativa: al mundo lo rige una élite de pedófilos satánicos (comenzando por George Soros y seguido por Bill Gates) que al amparo de su poder global secuestran niños y los esconden en celdas subterráneas, justo abajo del Capitolio de EUA, para chuparles un compuesto químico que es un elixir para la eterna juventud. La “Q” se la copiaron del título de una novela italiana de un tal Luther Blissett (en realidad un seudónimo) que llegó a ser best seller en Italia y yo leí con fruición, porque está muy bien escrita.
La verdad es sospechosa, sentenció nuestro mejor dramaturgo mexicano: Juan Ruiz de Alarcón. Corre la verdad alternativa en Facebook y Twitter y hoy suma millones de adeptos. Muy probablemente esta secta cibernética que ya quiso quemar el corazón de la supuesta democracia norteamericana, se mantendrá viva y coleando aunque ya provocó la muerte de cuatro personas, cuando sus seguidores intentaron apoderarse del Capitolio de EUA, en una acción que mucho tiene de romántica, ridícula, peligrosa y reivindicadora.
Yo suelo explorar muy seguido por interés periodístico las motivaciones sociales que alojan las teorías conspirativas de los seguidores extremistas de Donald Trump. ¿Por qué son tan seductores estos locos de remate como Q-Shaman? Porque en el fondo no están locos, no se creen sus alucinaciones, pero las promueven porque les ofrece una explicación absurda, no obstante clara y simple, sobre la impunidad de los poderosos, los abusos de la globalización y la falta de empleo y oportunidades. Además, porque pone en el centro del debate público al obrero empobrecido, al rezagado social, a los últimos de la fila, a ese segmento de población que las clases políticas han tratado groseramente, con la punta del pie. Son los héroes de la clase obrera, a quienes homenajeó John Lennon en su reveladora canción: «a working class hero is something to be / If you want to be a hero well just follow me».
Da igual si en el fondo Jack Angeli, alias Q-Shaman no cree su sarta de barbaridades; pero es difícil abstenerse del malestar profundo que lo hace ser como es; este cornudo pintarrajeado es el símbolo de las eternas víctimas; actúa en razón de su ignorancia pero expresa cosas que en el fondo guardan la lógica de los agraviados por el sistema: “la bola de nieve ha rodado y se está haciendo más grande. Ahora somos la corriente principal”.
A los acólitos de esta secta, como Q-Shaman, a estos bárbaros con finalidad política, no religiosa, les gusta ser protagonistas, al menos por un día, blandiendo la lanza del odio vengador contra sus históricos agresores. Es el oprobio social que inflamó el populismo de Trump y que estará latente por años, asestando puyazos en los costados de la presidencia de José Biden. Nadie los podría justificar, pero sí entender.