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Con la CFE de Bartlett, Johann Sebastian Bach no hubiera compuesto sus obras maestras

Por Eloy Garza González

Las energías eólicas y solares no sólo son más limpias que las fósiles; además son más baratas. Esto no tiene discusión. Podremos abrir cualquier debate al respecto, pero la premisa fundamental siempre será la misma: los seres humanos somos calurosos y friolentos.

Y para guarecernos del frío o del calor, nos juntamos en sociedad. Inventamos los techos, los cobertores y los fogones. En los ranchos, la gente descubrió que el mejor impermeable contra el frío es la boñiga de vaca. Se barnizan los muros de palmilla con estiércol, se deja secar y eso forma una dura costra impenetrable.

Más sofisticada, la gente urbana usa electricidad. Es un lujo, pero lo valemos. Para eso trabajamos de generación en generación y somos creativos. Es muy romántico eso de usar pieles de bisonte y sandalias de cuero para no helarse, pero esa gracia tan bucólica queda para la historia, o para los nostálgicos de las utopías primitivistas, que es otra forma de llamarle a los ilusos.

El gobierno se creó inicialmente para que la gente no tuviera frío. O para que no muriera de insolación. O para no ser presa de forajidos. Unida y bien organizada, una sociedad se da cobijo mutuamente. Ahora usamos calefactores o mínimo un calentador eléctrico. Hay gente de escasos recursos que no les alcanza para adquirir esos servicios. El Estado tiene que proveerlos. Es un derecho que se le llama “constitucional”, o sea, que lo ampara la Constitución.

Obvio, el Estado, que es dueño del subsuelo, procurará que la inversión en extracción de hidrocarburos desquite esa infraestructura. Y para eso cuidará que los inversionistas en energías limpias no se queden con el negocio de la energía eléctrica. Eso está bien, porque es una empresa de todos, de la nación. Pero no a costa de que mucha gente, en ciudades enteras, se queden temblando por culpa de una onda gélida de menos de cero grados. O que, en medio de una pandemia, enfermos de Covid-19 se queden sin tanques de oxígeno que necesitan corriente eléctrica para que jalen.

Entonces la solución es combinar en un círculo virtuoso las energías limpias con las fósiles, y preparar la infraestructura de México para dar tarde o temprano el salto tecnológico. Ni modo. La vida avanza y se transforma. Lo que antes funcionaba, en un futuro ya no funcionará. Y hay que prevenirse. O como decimos los mexicanos con mucho simbolismo: “estar a las vivas”.

Hace unos años, junté dinero y me fui a Alemania. En Leipzig visité la Iglesia de Santo Tomás, donde Johann Sebastian Bach compuso muchas de sus obras maestras. Por supuesto, en la iglesia no había calefacción y Bach debió componer su música a menos de cero grados centígrados. La estancia era un congelador. Me imagino las horas y horas de creación y Bach temblando, helado paleta. ¿Por qué no componía en su casa? Porque tenía muchos hijos (llegó a procrear 20 vástagos con la misma). Bach fue muy prolífico tanto como compositor musical que como papá (por lo visto, si no componía, fornicaba). Y seguramente de quedarse en casa con los ruidosos chamacos a inspirarse en la iglesia-congeladora, Bach prefería lo segundo. 

Cuando le conté la anécdota de Bach a un amigo que es funcionario de la CFE, me hizo la siguiente observación: “ves, para que luego no digas que, si uno se lo propone, puede pasársela componiendo obras maestras metido en un refrigerador”.

Y yo le respondí a mi amigo: “¿y qué te hace pensar que los días en que bajaba la temperatura a menos de cero grados, Bach iba a su iglesia a componer? Lo más seguro es que se quedaba en cama, tirado todo el día, metido bajo diez cobertores y calculando un nuevo abordaje de su señora esposa, que lo esperaba a escasos centímetros de la cama, con el fastidio de tener como esposo a un babeante semental de las Bellas Artes”.

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Eloy Garza González

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Autor: lostubos
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