Por Félix Cortés Camarillo.
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En su inevitable universalidad, que nadie puede discutir, la muerte resulta el más aglutinante elemento entre los seres humanos. No hay quien pueda evitar ese sino: más tarde o temprano, todos vamos a morir. Al mismo tiempo, la muerte en sus ritos y manifestaciones identifica a las culturas y a los individuos y con ello nos hace diferentes: nadie se muere igual que otro. Y sobre todo, los humanos defendemos a ultranza la especial manera de celebrar nuestra muerte, la de los nuestros y los ritos que las acompañan.
Para un mexicano es extraño que otro no entienda el embrujo de una noche de muertos en Mixquic o Pátzcuaro, o las meriendas con pulque y carnitas sobre la tumba del ser querido. Para los Farsi, que practican la religión zoroástrica expandida a partir de la vieja Persia y basada en las enseñanzas de Zaratustra, es solamente lógico colocar en una torre del silencio -que se llama Dukhma- del cuerpo del difunto, para que las aves rapaces desciendan a comer las carnes del cadáver hasta que queden los puro huesos a calcinarse al sol. Así no se profanará el principio de respetar lo cuatro elementos, la tierra, el agua, el fuego o el aire y no contaminarlos.
Chevra Kadisha, el vigilante, es alguien a quien se otorga el privilegio de ser quien lava y envuelve en un sudario el cuerpo del fallecido, en el rito ortodoxo funerario judío. El cadáver, en una caja de tablas, debe enterrarse en tierra que preserve los restos lo menos posible.
En la India, la forma usual de los funerales es espectacular. Los deudos de los pudientes mandan erigir una pirámide alta de leños secos dentro de lo posible a orilla del río Ganges. Los menos pudientes en otro lado. En la cúspide se coloca el cuerpo y abajo se prende el fuego. Al siguiente día los parientes recogen las cenizas y las echan al río para seguir contaminándolo.
Hoy, la India es una enorme pira funeraria.
Más de tres mil personas mueren al día del Covid 19, y contando. En los últimos tres días se registraron más de un millón de casos. No hay oxígeno para los enfermos graves; no hay camas para nadie en los hospitales.
No se debe olvidar que las tragedias más o menos naturales afectan de manera especial a los pueblos pobres. Los ciclones tropicales destruyen Haití cada vez que pueden, pero Miami sigue rutilante. La Ciudad de México, San Francisco y Los Ángeles están en la misma falla sísmica de San Andrés, pero la única destrucción de ciudades en California por temblores la he visto en películas. Hoy la India sufre las consecuencias de su pobreza y de su sobrepoblación.
La India, gradualmente, ha abandonado el nivel de ínfima pobreza, pero actualmente 300 millones de indios viven con menos de cuarenta pesos mexicanos al día. No quiero hacer comparaciones, para no sufrir.
Lo cierto es que, mientras esto no cambie radicalmente, el Ganges seguirá siendo alimentado diariamente por cenizas de nuevos muertos.
PREGUNTA para la mañanera porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto, Señor Presidente, a los mexicanos nos gustaría saber ¿qué le agradeció al presidente de Cuba en su conversación de ayer, aparte del alquiler de médicos cubanos que no hicieron nada para mejorar la lucha contra el Covid 19? Porque ellos no vinieron de gorra, aunque sí de cofia.