Por Francisco Tijerina Elguezabal.
“Tiene la ciencia sus hipócritas, no menos que la virtud,
y no menos es engañado el vulgo por aquéllos que por éstos.
Son muchos los indoctos que pasan plaza de sabios”
Benito Jerónimo Feijoó
Cositas ellos… ternuritas.
Los veo en cada elección y no dejan de causarme risa, pero también pena.
Son los obnubilados que de la nada aparecen defendiendo a capa y espada a un candidato o un partido; hasta hace poco eran personas comunes y corrientes, normales digamos, pero de pronto algo en ellos se activó para transformarlos en promotores iracundos que no aceptan argumentos en contra ni toleran a quienes no comulguen con sus ideas.
Eran seres humanos como usted y como yo que hoy se dan el lujo de perder amistades de años en loco frenesí, que insultan, agreden, difaman; que siguen a pie juntillas las consignas y que replican cualquier estupidez sin analizar y darse cuenta de que se trata de una burda mentira, ellos lo publican y lo repiten como si fuese un salmo.
Son los mismos, ya los he visto tantas veces, que dentro de un par de años estarán despotricando contra el candidato que hoy defienden y al que llevaron al gobierno. Se transformarán otra vez, pero ahora en sentido contrario y sólo en contadas ocasiones aceptarán que muy poco tiempo antes fueron pieza clave en el ascenso de aquellos que hoy quieren enviar al cadalso.
Interesante resulta el que también hace poco tiempo esos mismos señalaban a amigos y conocidos a los que tachaban de fanáticos, poseídos, endiosados, engañados por algún político y lamentaban el que no se pudiese tener un diálogo abierto y sincero con ellos. Hoy, ellos se han convertido en lo que tanto fustigaban y lo peor es que no se dan cuenta de ello.
Así he perdido la relación con muchas personas a las que tenía en estima.
Mi duda estriba en qué es lo que provoca que un ser humano común y corriente tenga esa “iluminación” al estilo “La Rosa de Guadalupe” y de la nada pase de ser una persona normal a transformarse en “El Demonio de Tasmania” defendiendo a un candidato.
Los he visto una y mil veces, en algunos casos he podido recuperar la relación de amistad, pero en la inmensa mayoría la inoculación del virus ha sido tan fuerte que ha resultado imposible volver a cruzar palabra.
Ojalá que este año sean los menos.