Por Eloy Garza González.
El gobierno central siempre ha tratado mal a Nuevo León. Es natural: nos separan mil kilómetros de distancia. En tiempos remotos (siglo XIX) serían más de 630 leguas a caballo; 10 días por los caminos reales, infestados de gavillas de forajidos, cuatreros y por las inclemencias climáticas.
Nuestro prócer José Eleuterio González “Gonzalitos” escribió un libro completo sobre las rodillas mientras viajaba en diligencia a la Ciudad de México. Entre tanto tumbo, eje quebrado, ruedas atascadas y posadas quemadas por los indios, Gonzalitos acabó su obra y perdió la vista. También perdió la fe en el gobierno federal. Uno más a la lista.
Los héroes que sí querían al centro como Mariano Escobedo y entregaron cuerpo, alma y hacienda al gobierno federal les fue como en feria: los trataron de la patada. Nunca les dieron el reconocimiento que se merecían como los grandes rifleros de Galeana que eran.
Don Mariano terminó regateando su pensión militar de un cuartel a otro y tras su muerte en la inopia y la pobreza insultante, el presidente Porfirio Díaz le pidió a un subordinado que confiscara en pleno velorio el archivo particular del finado. Este subordinado se llamó Bernardo Reyes.
No dedicaré este artículo para contar los errores y defectos (que fueron muchos) del jalisciense Bernardo Reyes. Pero con él comenzó la mala suerte de los gobernantes de Nuevo León que luego albergaron el sueño guajiro de querer gobernar al país entero. Literalmente los inmolaban en las puertas de Palacio Nacional. Hasta la fecha. ¿Verdad Bronco?
Los norteños somos gente sencilla, franca, sin pretensiones de boato y vamos a lo nuestro. El que se sale del huacal regional nos lo regresan del centro con una patada en el trasero, por muy Bronco que sea. Así ha sido y así será.
La mejor estrategia del norteño es su atrincheramiento e ir concentrado a lo suyo. Si nos replegamos detrás de nuestras montañas soportamos mejor las embestidas de los huracanes y del centralismo rapaz. En ese sentido, la Sierra Madre Oriental se ha portado con madre.
El problema es que ahora ya no puede un norteño (como quien esto escribe) reclamar su derecho regional ni su arraigo obstinado porque de inmediato lo acusan de copiarle los moditos a Samuel García. Y yo soy “puro Nuevo León” desde hace cincuenta años antes, incluso previo a mi afición por usar botas vaqueras.
Yo como cabrito desde que mi papá lo molía en el molcajete y me lo vertía en el biberón. Yo no creo que México renazca en Monterrey (esa es una frase hueca y sin chiste de un foráneo) porque Monterrey se mantiene más bien defendiéndose del centro. Eso no nos hace menos mexicanos. Al contrario.
Desde hace muchos años recorro todo el territorio nacional (solo me faltan las Barrancas del Cobre pero ya cumpliré pronto mi sueño de visitar a los Tarahumaras). He ido de un extremo al otro. Como quién dice, de cabo a rabo. Pernocté en cada municipio a cubierto o a la intemperie. Viajé hasta por los últimos rincones de Texas porque en el Siglo XIX ese territorio no era más que un apéndice de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas.
Para quien no lo sepa, les confío este dato: Juan Cortina, paisano mío, fue dueño de una hacienda que en el siglo XIX abarcaba lo que ahora es Brownsville y Corpus Christi. Lo que no pudieron quitarle los bárbaros, se lo quitó el gobierno norteamericano. Los indios lo respetaron, pero los rangers no. No había peor enemigo para un ranchero nuevoleonés que un ranger gringo.
¿Qué hizo entonces el gobierno centralista de México para apoyar a Juan Cortina? Nada. Lo mandó soberanamente a la goma. Ojo: Juan Cortina nunca dejó de sentirse mexicano. Peleó contra la invasión norteamericana y se puso a las órdenes expresas de Porfirio Díaz. Murió en Azcapotzalco en una especie de exilio interior porque los texanos le pidieron a Díaz que lo mantuviera a raya, lo más lejos posible de Texas. Ese era el miedo que le tributaban al sedicioso de mi paisano Cortina. Desde entonces, la memoria de don Juan cayó en el olvido. Sólo lo recuerda un corrido pinchón cantado por Óscar Chávez.
Pero vuelvo al punto inicial. Por sus pistolas, actualmente el gobierno federal nos quita a Nuevo León 460 mil millones de pesos anuales y sólo nos regrese 76 mil millones de pesos. Esta queja abierta y pública, no es exclusiva de Samuel ni significa que yo sea militante de Movimiento Ciudadano. Simplemente digo que es la pura verdad histórica.
Son cifras que yo he repetido una y otra vez, desde que las abanderó en el Senado Eloy Cantú Segovia y las pautó en la tele (con el anuncio ridículo de un pastel) el ex gobernador Fernando Canales.
No es que yo desprecie al resto de los mexicanos. Para nada. Adoro Oaxaca, Chiapas, Yucatán, Puebla, Tlaxcala, Guerrero y hasta la Ciudad de México. Sin embargo, formulo la siguiente propuesta al gobierno centralista: déjenos trabajar a los norteños ese recurso que nos quita el centro y ayudaremos mucho más a los estados del Sur. Palabra.
Yo soy de Nuevo León y quiero que Nuevo León tenga más ingreso para invertir en puentes, avenidas, hospitales e incluso en un monumento al insurrecto Juan Cortina que, aunque nació en Camargo Tamaulipas (por cierto, tierra de mis ancestros) es padre fundador de los norteños y es más regiomontano que el cabrito.
Si tuviera que elegir entre el panteón de la historia a unos cuantos héroes egregios, yo me quedaba honrando a Juan Cortina. ¿Y tú?