Por Francisco Tijerina Elguezabal.
“Las personas cambian y generalmente se olvidan de comunicar dicho cambio a los demás”
Lilliam Hellman
Ha transcurrido ya un mes de las elecciones y aunque de manera formal el periodo de transición vendrá después, lo cierto es que los gobernantes electos se encuentran al interior de sus equipos preparando el terreno para el arranque de sus administraciones y también lo hacen de cara a la comunidad.
Más que el mero traspaso de los asuntos del gobierno, los que pronto llegarán deberían aprovechar esta etapa para ajustar su mensaje y dejar atrás las arengas y promesas de campaña y de esta forma colocar en una dimensión real las expectativas que la sociedad puede y debe tener de su gestión.
Ocurre que por alguna extraña causa, los votantes piensan que cada promesa o compromiso de la campaña se tornará mágicamente en realidad desde el instante mismo en el que los nuevos gobernantes tomen posesión de sus cargos, y esto no es así; ahí viene el primer desencanto.
Una cosa es la euforia de la campaña, en donde el candidato prometió bajar el sol, el cielo, la luna y las estrellas; y otra, muy distinta, las posibilidades reales de conseguir el propósito en el corto plazo, por lo que lejos de seguir avivando la llama de lo que la ciudadanía espera de ellos, dando esperanzas como si fuesen barajitas, deberían ir ajustando cada promesa y compromiso que hicieron en la campaña (tarde o temprano se los van a recordar, los medios o los opositores), añadiéndoles plazos, términos y condiciones.
La transición no debe ser un mero asunto administrativo, sino también un necesario ajuste del mensaje, que modifique el tono y la forma de la comunicación pasando de la campaña al gobierno de una forma diáfana y realista.