Por Félix Cortés Camarillo
Justiniano, Ponciano, Luciano,
son tres nombres de fin maloliente
sin embargo, la gente decente
teme más el llamarse Herculano.
Salvador Chava Flores, Herculano
Oro, plata, bronce.
Tenemos la tendencia a trasladar el metalizado esquema de valores al que nos induce el deporte convertido en lucrativo comercio a cada plataforma de nuestra vida. La música, por ejemplo.
¿Quién es el mejor compositor mexicano? Tenemos la fortuna de que los nombres broten en abundancia. Manuel Pomián, Juventino Rosas, Manuel M. Ponce, Gabilondo Soler, Joaquín Pardavé, Agustín Lara, Álvaro Carrillo, José Alfredo, Consuelo Velázquez, Armando Manzanero, los nombres fluyen y no se agota el torrente. No hay uno mejor que el otro y todos han sido cronistas de nuestras realidad rural o urbana.
Nuestra bella y muy noble ciudad de México ha tenido pocos pero dignos cronistas de su acontecer. El primero, más notable y minucioso fue sin duda Bernal Díaz del Castillo, soldado de Cortés que muchos años después se dio a la tarea de reconstruir en sus recuerdos la hazaña de la conquista.
Muchos años después vendría Artemio del Valle Arizpe, Salvador Novo, Carlos Monsiváis y Guillermo Tovar y de Teresa. A pesar del empeño y talentos de estos últimos su papel de cronista fue más bien simbólico para esconder en él un estipendio que el Estado se sentía obligado a entregarles por su notable valor como escritores.
Cronistas, lo que se llama cronistas de la ciudad capital, especialmente en la época en que se consolidó como suma de migraciones y diseño de personalidad, esto es a partir de 1950, hay solamente dos. Eso sí, notables a más no poder: Gabriel Vargas y Salvador Flores.
La Familia Burrón retrató minuciosamente la apariencia del petiso y disminuido peluquero, los desplantes pretensiosos de la aspiracional Borola Tacuche de Burrón y de sus hijos Macuca y Reginito.
Salvador Flores, simultáneamente, hizo canción sus vivencias. El peso sobre peso -siempre hasta llegar a dos- que el marido entregaba a su Bartola para que administrara el presupuesto familiar, la fiesta de quince años de Espergencia o el velorio de Cleto el Jujuy son piezas maestras de la crónica urbana: cayendo el muerto, soltando el llanto; ni que fuera para tanto, dijo a la viuda del doctor. Lo sacaron con los tenis pa´delante; como no, si de un coraje se murió: qué poco aguante.
El retrato de Manuela -tres de frente y dos perfil- es inigualable, como el juego de canicas entre Pichicuás y Cupertino -«de a mentis es mejor»- o el retrato de un sábado en el Distrito Federal: un hormiguero no tiene tanto animal, del cual huyen con su charchina rumbo a Palo Alto por la carretera a Cuernavaca. Y hay que esconder botellas y platones porque los gorrones están por llegar.
El albur y doble sentido estuvo siempre subyacente en la obra de Chava Flores, sin rayar en la vulgaridad: la tragedia de quien quiso cambiarse el nombre de Herculano es tal vez la mejor, pero no única, muestra.
Mañana jueves 5 de agosto se cumplen 34 años de la muerte de Chava Flores.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca): con todo respeto señor presidente ¿no debería instruir a sus títeres de la cámara de diputados para que en el presupuesto del año que viene incluyan lo que van a costar las futuras consultas populares? Al paso que vamos, hasta el menú del desayuno en Palacio Nacional será sometido a plebiscito.
felixcortescama@gmail.com