Por Félix Cortés Camarillo
La política mexicana, aunque no lo admita, es una colección de anécdotas y chismes que se suceden.
De ahí que se diga que la muerte de Luis Donaldo Colosio fue un asesinato programado desde Los Pinos, Obregón muere en La Bombilla, o Pino Suárez vio cumplida una orden del tirano.
Todo obedece al mando supremo.
El que no sigue la línea indefectible, se cae.
O, lamentablemente, muere.
Rosario Robles está a punto de cumplir dos años en injusta cárcel, sin proceso correcto ni pruebas que realmente le imputen. Fue secretaria de estado, gobernadora de la capital del país y fiel seguidora de quien se ostenta hoy como el presidente de México.
Su único pecado fue la infidelidad.
Entiendo que el término no es correcto: tal vez sea más correcta la aseveración de Manuel López Obrador de que es necesario –luego que un imbécil palero le mandara una boba bola de pregunta– sobre la necesidad de que nuestros niños sean adoctrinados en favor de la doctrina de la cuarta simulación.
No es la primera vez que el presidente López define las cualidades que deben tener los mandamases que le acompañen. No es su preparación, no su capacidad, no su dedicación. Lo único que importa es su ciega lealtad.
Aunque Rosario Robles lo demostró, al gran tlatoani no le fue suficiente.
Algo sabrá.
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