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¿El gobierno es una mafia institucionalizada?

Por Eloy Garza González

Limitar el debate político a esclarecer quién robó más del erario, hábito de pleito entre los propios políticos, ha provocado que consideremos al gobierno cono una forma entre muchas, que nace de la fuerza y que es la representación simbólica de una banda mafiosa detrás suya, a la que denominamos burocracia; clase política que vive a costa nuestra.

Las novelas sobre Antonio López de Santa Anna (hay varias y muy buenas), sin contar biografías como la que escribió Enrique González Pedrero, ejemplifican lo que muchos mexicanos, incluyendo políticos, han querido implantar en la opinión pública.

Se narran pasajes de la vida de ese gobernante decimonónico, corrupto, transa, cínico, que siguen siendo anécdotas populares (incluso la venta de la mitad del territorio nacional) porque sirven para comprender simbólicamente que el gobierno en realidad es una banda compuesto por personas que buscan cumplir únicamente sus intereses personales.

Lo pretende explicar la Public Choice, la “teoría de la Elección Pública” y sobre todo el premio Nobel James Buchanan: se difunde la impresión de que un grupo de individuos se organizaron para cobrar impuestos por la fuerza a otras personas a quienes obligan a prestar lealtad, a dar la vida si es necesario y sobre todo eso: a pagar tributo.

Así queda de manifiesto en dos novelas bien escritas sobre Santa Anna: El dictador resplandeciente (1945) de Rafael F. Muñoz, y El seductor de la Patria (1999) de Enrique Serna.

Pero sobre todo, hay una novela muy larga, la mejor sobre Santa Anna, que casi nadie conoce actualmente y se titula Quince uñas y Casanova aventurero de Leopoldo Zamora Plowes.

A Santa Anna lo apodaban el “Quince Uñas” porque como había perdido una pierna en batalla, sólo tenía quince uñas para robar (claro que en realidad eran catorce porque también le faltaba el dedo de una mano).

Esta fue la única novela que publicó en vida el periodista Zamora Plowes, y que no se reeditó más que como resumen mal comprimido en 2007. Yo tengo el original de esa novela de la que sólo se imprimieron originalmente 200 ejemplares.

Meditemos en el punto de vista Yam escéptico que tiene el imaginario colectivo sobre los políticos, los diputados, los gobernadores, los alcaldes. Para muchos, el presidente.

Todas estas imágenes son, desde esa perspectiva, representantes de lo que se hace llamar gobierno. Antes, el monopolio de la violencia legítima la ejercía un monarca, basado en el Derecho Divino de los reyes, o un califa, o un caudillo o un zar o un aventurero como Santa Anna que tuvo la maravillosa idea de cobrar impuestos por cada ventana que se abriera en las casas o por cada puerta que se instalara para poder salir de una vivienda.

Hay una explicación simple a la supuesta falsa representación simbólica del gobierno. Si el presidente nos cobrara directamente los impuestos a ricos y pobres (qué también pagan y mucho) nos molestaríamos todos al unísono.

Por eso, afirman los libertarios, la autoridad pública se ampara en esa abstracción llamada gobierno: los mexicanos le pagamos impuestos no a fulano o zutano con nombre y apellido; se lo pagamos al “Estado Mexicano”, a la Nación. De ahí José Emilio Pacheco y su famoso poema «Alta traición»: “No amo mi patria / su fulgor abstracto es inasible”.

Para cada uno de nosotros la nación es una cosa distinta, depende del tipo de adoctrinamiento que recibimos en la escuela.

Podría creerse que esta idea libertaria es una extravagancia, pero la comparten intelectuales de diversidad procedencias. Frank Oppenheimer por ejemplo, que no era anarquista sino de extrema izquierda señalaba que el origen del Estado es la opresión, la rapiña y el robo.

Algo similar dice Robert Carneiro en su libro Una teoría del origen del Estado: un grupo de bandidos saqueaban a sus semejantes hasta que se cansaron de reprimir y prefirieron organizarse y poner a trabajar a los demás bajo su férula, a su servicio, cobrándoles además 10% de lo que ganaban e inventando una serie de símbolos. Según los libertarios, la ideología gubernamental sirve para someter a las personas mediante abstracciones.

Finalmente, salvo honrosas excepciones, ya lo dije, el gobierno acaba convertido en una mafia. No es simplemente una casta ineficiente, incapaz o inviable. Es algo moralmente malo. El defecto del gobierno es moral no funcional.

Por eso termino por recomendarles que lean el peor libro escrito por un gobernante, disfrazado de memorias y diarios de gestión presidencial, que se titula Mis Tiempos, y cuyo autor es José López Portillo. Nada mejor que este libro para que los libertarios afirmen su opinión anti-gubernamental.

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Vía / Autor:

// Eloy Garza

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Autor: stafflostubos
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