Por Francisco Tijerina Elguezabal
“Esta noche, amiga mía / el alcohol nos ha embriagado
que me importa que se rían / que nos llamen los mareados
Mercedes Sosa
Alguien tendría que escribir un manual o bien hacer un moderno tutorial en video con el único propósito de terminar, de una vez por todas, con un mal endémico que afecta por igual a hombres y mujeres que por alguna circunstancia (con sus honrosas excepciones) llegan a ocupar un puesto de chica, mediana o grande responsabilidad, sobre todo en el gobierno, que es el mareo.
El mareo es, según el diccionario, la alteración del sentido del equilibrio y el lugar, posiblemente descrita como aturdimiento, sensación de desmayo o como si la cabeza estuviera girando y son varias las causas que lo pueden provocar, sin embargo hoy queremos referirnos a una en específico: la altura.
A lo largo de la vida me ha tocado coincidir con múltiples personas, hombres y mujeres, que padecen de mareos cuando los suben a un ladrillo. Confunden esa pequeña elevación con el Monte Everest y se sienten inalcanzables, poderosos, dueños de todo.
Y si en una empresa privada son altamente peligrosos, porque ponen en riesgo procesos, relaciones y la imagen de una oficina, son infinitamente más letales cuando ocupan cargos en el servicio público. Podría citar aquí cientos de casos de “mareados” que por su padecimiento han tenido meteóricas carreras al cometer un traspiés a los pocos minutos de ser designados en un encargo.
Cuando el destino o las circunstancias ubican a alguien cerca del titular de una dependencia u oficina, sucede que “los mareados” se sienten mil veces más importantes que su propio jefe, dan órdenes, gritan, atropellan, avasallan y por igual maltratan a sus compañeros que a cualquier otro que tenga la desgracia de cruzarse en su camino.
Sí, fui joven y también me maree, pero tuve la fortuna de encontrar en mi camino a una persona que en un dos por tres me recetó una buena dosis de “Ubicatex” y me puso en mi lugar. Me explicó que mi presencia en ese sitio era temporal y que en mucho menos tiempo del que imaginaba volvería a ser un triste y pobre mortal que algún día tendría que llegar a tocar una puerta y era bastante posible que tuviese que enfrentar a un nuevo “mareado” o que, peor aún, me tocase la desgracia de encontrarme con alguna persona a la que en mis mareos hubiese maltratado.
No tienen la culpa sus jefes que de buena fe y confiando en su capacidad e inteligencia les han ubicado en un puesto de responsabilidad, aunque sí la tiene cuando no supervisan su proceder y no se enteran del irreparable daño que causan en su nombre cuando actúan de manera prepotente.
Ayer me tocó, como tantas otras veces en la vida, toparme con una “asistente” del titular que de manera innecesaria me maltrató desde la inmensa altura de su ladrillo. Mi respuesta fue esbozar una sonrisa, recordar mis tiempos mareados, agradecer sus atenciones y decirle que simplemente cumplía con la indicación que me había dado su jefe, pero que desconocía que su superior era en realidad mucho más inferior a ella no por lo que ella creía, sino por su incapacidad para ubicarla en la realidad e impedir que diese la peor imagen en nombre de quien le entregó su confianza.
ftijerin@rtvnews.com