Por Félix Cortés Camarillo
Yo acepto que, como integrante de la clase media mexicana, soy un aspiracionista, trepador y egoísta, que cada mañana tiene que ver y oír el sermón doctrinario del presidente López para ponerme al día en la búsqueda de un identidad colectiva. La más reciente adición a las definiciones de personas como yo, el señor López Obrador aportó la palabra ladino.
«Hay una clase media clasista, son ladinos. Egoísta, clasista, racista, que a veces son peores que los que tienen más dinero», dijo el presidente López y agregó: «aunque vengan de abajo se vuelven y ya, de la noche a la mañana racistas».
El problema de ubicación social no es sencillo. Voy a seguir una pista. En la época de la Colonia, ladino (derivado del latín) era la lengua semejante al castellano que hablaban los judíos que habían sido expulsados de Sefarad, España, hacia finales del siglo quince. Se comenzó a llamar ladinos a los habitantes de la Nueva España que hablaban la castilla con acento y tono semejante al que usaban los judíos sefaradíes. Los ladinos estaban en un limbo; no pertenecían ni a la élite de la Colonia, los criollos y los peninsulares, ni a los indígenas originarios. Eran simplemente ladinos; más exactamente indios ladinos ¿Antecedente de la clase media? Tal vez.
Y aquí entra en escena el racismo, por la puerta trasera. Los prejuicios antisemitas que venían de Europa, atribuían a los judíos astucia y mala intención, hipocresía y carencia de valores morales.
En ese sentido debo entender la calificación de ladino que el presidente López me otorga. Tiene, entre otras, la definición que le da la Real Academia Española de la Lengua: astuto, sagaz, taimado. Pero hay más: disimulado, maniobrero,, bellaco, bribón, canalla, charrán, galopín, golfante, granuja, pillo, pinta, pícaro, sinvergüenza o truhán.
Todo ello somos los que nos declaramos orgullosos miembros de una clase media que aspira a un mejor nivel de vida, a la comodidad, al buen comer y el mejor vestir. Para evadir todos los adjetivos que preceden, los mexicanos debemos hacer voto de pobreza, elogio de la miseria y condena del conocimiento o el esfuerzo.
Sin duda todos los días aprende uno algo en las mañaneras, con el telón de fondo permanente de la división intolerante: nosotros y los infieles en todas las modalidades de este credo en boca de quien tiene la obligación de ser presidente de todos los mexicanos y no político en campaña denostando a todo el que no piense como él, así sea un vicegobernador del Banco de México que él mismo envió a su cargo y se atrevió a decirle que su intención de usar los derechos especiales de giro para pagar la creciente deuda de México, va contra la ley.
Lo que hay que ver.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca): con todo respeto, señor presidente: también para decir mentiras hay que tener oficio. Especialmente los miércoles en que su aprendiz de muñeca de ventrílocuo hila sandez tras sandez, mentira sobre mentira.
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