Por Félix Cortés Camarillo
La conducta pública del presidente López es pertinazmente equivocada pero solamente en algunos casos errabunda. Es terco pero no inmutable.
De lo segundo hay documentos que se nos olvidan a veces. En las primeras etapas de la pandemia insistió en violar todas las recomendaciones de los expertos en sanidad nacionales e internacionales, y ostensiblemente eludió la llamada sana distancia, fomentando por el contrario el contacto físico cercano con quien quisiera acercarse a él. Explícitamente mostró sus amuletos y escapularios que eran, según él, la única protección que necesitaba para evitar el contagio. Se ha negado a usar el cubrebocas que sus mismos subalternos promueven y usan incluso en su presencia.
En estos tiempos más recientes, en que a pesar de la vacunación escasa la intensidad de los contagios da muestras de morbilidad peligrosa, incluso en los grupos de menores que se presume son casi inmunes por su condición, el presidente López ha tenido que reconocer la necesidad de intensificar la campaña de vacunación, especialmente en las entidades más afectadas.
De lo primero, la tozudez, tenemos diarias ratificaciones tautológicas sobre temas favoritos, que cada día que pasa pierden credibilidad. A saber, que la corrupción y la impunidad ya no existen en nuestro país. Cuando emergen manifestaciones de ellas se siguen atribuyendo a la herencia maldita que recibió la administración lopezobradista hace ya casi tres años o sea la mitad de su mandato.
Las otras manifestaciones de su terquedad, que -hay que admitirlo- él mismo la acepta, son los ritornelos de diatribas en contra de sus villanos favoritos: Krauze, Aguilar Camín, Claudio González, un par de ex presidentes y cualquier colaborador de su gobierno, periodista o comunicador que no se vuelque en elogios a su ejercicio como estadista.
Esta semana, lo que queda de ella, el presidente López la dedica a hacerle propaganda a Ricardo Anaya Cortés, quien dormía el sueño del olvido queretano cuando alguien le informó que la Fiscalía preparaba una orden de aprehensión en su contra. El discurso presidencial seguirá siendo una réplica del argumento de Vicente Fox «¿y yo por qué?» tratando de convencer al populacho que las acciones de la fiscalía general de la República son absolutamente independientes de sus instrucciones.
Los vaivenes del presidente López tienen una repercusión paradójica: a nadie se le ocurre pensar si Anaya es culpable o no de lo que la Fiscalía lo acusa. Es más, ni siquiera se tiene en cuenta de que la investigación iniciada se basa en la «denuncia» -que no es tal- de Emilio Lozoya Austin, un delincuente reconocido, el ex director general de Pemex que fue detenido en Madrid, entregado a la autoridad mexicana y que no ha pisado ni cinco minutos una cárcel mexicana y que está siendo usado por la administración del presidente López para sustentar sus venganzas políticas.
Si los mexicanos tienen dudas de la honestidad de Anaya Cortés, no las tienen de los caminos torcidos de la aplicación de la ley por parte del presidente López y su equipo: el caso de Rosario Robles es la prueba más evidente de estas veleidades vengativas.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca): con todo respeto, señor presidente, ¿cuándo le va a reconocer a los mexicanos que se está quedando sin cash para cumplimentar los programas de compra de votos que usted denomina sociales? La lana que va a generar la capitalización de los derechos especiales de giro se va a acabar…
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