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Los escándalos son parte del engaño

Por Carlos Chavarría

Una cosa hay que reconocerle a los tiempos que vivimos o nos hacen vivir nuestros gobernantes: lo inédito y deformado de los sainetes que protagonizan los personajes de primer nivel, no sólo en México.

Casi todos los países adolecen del mismo método de distracción de las masas. En Argentina quieren encauzar a Fernández por haber violado la misma ley de cuarentena que aplica a su pueblo en ocasión del onomástico de su esposa.

Biden, casi llorando por sus errores de cálculo en el abandono de Afganistán. El primer ministro de Australia defendiéndose del escándalo sexual por su paso a través del congreso. El Ministro británico que puede reemplazar a Theresa May admite usar cocaína.

La lista se alimenta con más escándalos todos los días, así que los de Anaya y el bloqueo de la CNTE a nuestro presidente, son asuntos menores que cumplen el mismo fin: divertir, distraer y engañar.

Se han degradado tanto las formas y practicas en el servicio público, por las presiones electoreras de corto plazo, que los líderes actuales se la pasan haciendo desfiguros para complacencia de las masas; aunque, detrás del telón, los problemas son cada vez más grandes y esa mentira en sí causara nuevos y más escándalos en un circuito que lo único que alimenta es el desencanto y la anarquía.  

Parece mentira que ni siquiera en el curso de esta crisis de salud por la que atraviesa el mundo se privilegie desde los centros de poder más a la simulación y el engaño, por sobre la apabullante realidad que se percibe todos los días.

Si el optimismo y la esperanza son factores esenciales para el progreso, poco duran los intentos distractores para ocultar la decepción recurrente que aparece ante la verdad inocultable de la poca estatura intelectual y moral de los liderazgos actuales.

Con cuanta actualidad resuenan las reflexiones de Max Weber pronunciadas en 1919:

  • El pecado contra el Espíritu Santo de su profesión (la política) comienza en el momento en que esta ansia de poder deja de ser positiva, deja de estar exclusivamente al servicio de la “causa” para convertirse en una pura embriaguez personal.

  • En último término, no hay más que dos pecados mortales en el terreno de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquella. La vanidad, la necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer plano, es lo que más lleva al político a cometer uno de estos pecados o los dos a la vez.

  • … La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es completamente cierto, y así lo prueba la Historia, que en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez.

  • Pero para ser capaz de hacer esto no sólo hay que se un caudillo, sino también un héroe en el sentido más sencillo de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren resultar incapaces de realizar incluso lo que hoy es posible.

Max Weber: La política como vocación (pp. 20 de 27)

Fuente:

Vía / Autor:

// Carlos Chavarría

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Autor: lostubos
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