Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
Samuel Alejandro García Sepúlveda empezó con el pie izquierdo su ascenso a la gubernatura de Nuevo León. Su pifia inicial fue no haber negociado con el gobernador en funciones, Jaime Rodríguez Calderón, que enviara las modificaciones a la Ley Orgánica de la Administración Pública del estado de Nuevo León, como exigen los protocolos jurídicos, ejecutivos y legislativos.
Fue tan evidente la pifia que algunos diputados de su partido se abstuvieron de firmar el documento. Ese mismo día, Samuel Alejandro corrigió y firmó para reenviar al Congreso el documento. El mal ya estaba hecho, apresuramiento y novatez signaron este proceso. Los diputados, en buena onda, tuvieron que enmendarle la plana al gobernador electo.
Por fin se le aprobaron los cambios al gabinete, pero las modificaciones exaltan los bemoles, no se subsanan duplicidad de funciones y no existe un análisis del impacto presupuestario. Y no sé cómo transite ese transitorio para que el decreto entre en vigor el 4 de octubre, cuando García Sepúlveda sea ya gobernador constitucional.
La fiesta fosfo-fosfo del domingo, la de la asunción, se convierte en acontecimiento gris-gris. Samuel Alejandro no tiene poder de convocatoria nacional, lo suyo es lo regional y ni eso. Viene el gobernador de Tamaulipas, ¿vendrá el gobernador de Coahuila, Miguel Ángel Riquelme? ¿Y quién representará a Texas?
No asistirán ni el presidente Andrés Manuel López Obrador ni el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar; en su representación estarán Tatiana Clouthier y Margarita Ríos-Farjat, ambas de casa. Si viene el canciller Marcelo Ebrard será para quedar bien con Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco. ¿Omar Fayad, gobernador de Hidalgo? ¿De dónde?
A Samuel Alejandro le hace falta mejorar sus líneas discursivas. Dice, por ejemplo:
“Llegamos ligeros, libres, sin ningún compromiso, no le debemos nada a nadie… No habrá copetes, proveedores favoritos, cochupos y toda esa monserga de corrupción que tanto existió.”
¿Sin ningún compromiso? ¿Ni con sus electores? ¿Ni con los ciudadanos?
“La nueva política no parte de esa premisa, no trae al malandrín, ni al delfín, ni al que la interna le cedió el lugar para competir la gubernatura a otro (…) Siempre los gobernadores erraban y mandaban a la Secretaría General de Gobierno al rudo, al malo, al que se mete a las tuberías a destapar caños, al inframundo, al de los acuerdos por debajo de la mesa, al de los moches, al de los arreglos: ese era el mensaje de la vieja política.”
Samuel Alejandro tendrá que educarse en la historia política de Nuevo León. La cultura de la descalificación puede devenir en la cultura de la cancelación. ¿Dónde ubica el gobernador electo a los ex secretarios José Natividad González Parás, Lucas de la Garza, Javier Treviño o José Luis Coco Coindreau? ¿Todos ellos fontaneros?
“Estoy muy contento porque muchos, bastantes gurúes políticos, sabelotodo de la política, decían que el Congreso del Estado y el gobernador de Nuevo León se iban a pelear, que acabaríamos divididos, que el Congreso iba a bloquear al Gobierno del Estado, que Samuel no iba a poder con los diputados, pues hoy les tengo una noticia: vamos por un nuevo Nuevo León juntos.”
¿Quiénes son esos gurúes? Sólo Samuel Alejandro lo sabe. Y, sin embargo, hay que recomendarle un aforismo vigente de la “vieja política”: Hay quien cree que el diálogo se da cuando el eco contesta su voz.
Y así del fosfo-fosfo al gris-gris.