Por Félix Cortés Camarillo
El muy limitado lenguaje del presidente López ha estado acudiendo en los últimos tiempos a la palabra enojo, particularmente para adjudicarla a los que no forman parte de sus cuerpos de alabanza y celebración.
Según López Obrador, todos ellos están enojados. Están enojados los ministros de la Suprema Corte, está enojado Fernández de Cevallos, están enojados todos los neoliberales, los intelectuales, la Organización Mundial de la Salud, y ahora estamos enojados los universitarios. Todos estamos enojados.
En realidad el que está enojado, o finge estarlo, es el presidente López. Necesita, ante la carencia de logros, abundancia de supuestos adversarios iracundos. Su abstruso razonamiento pretende justificar todas sus irracionales decisiones y sus dichos inanes. El pedestal de su efímera estatua es el enojo.
¿Cómo se atreve la Organización Mundial de la Salud a retrasar su aprobación de unas vacunas que yo ya mandé aplicar a los mexicanos sin asomo de certidumbre científica? ¿Qué se creen los intelectuales mexicanos que no pueden coincidir con mi manera de gobernar? ¿Cómo es posible que la UNAM admita en sus aulas la existencia de una forma de pensar diferente a la de la 4T?
El proceso de gestación de La Universidad como entidad suprema del pensamiento, la duda, su desentrañamiento y la difusión de las diferentes verdades es largo y complejo. Hubo intentos en China de crear un instituto así, siglos antes de Cristo. Constantinopla alega haber tenido su universidad con otro nombre. Luego ya viene la historia.
Ciceron es el primer pensador romano que acuña el término universitas como un concepto de la totalidad incluyente. Es en el latín posterior en que se habla de la Universitäs magiströrum et scholärium -comunidad de maestros y escolares- y el término es adoptado para la universidad por Justiniano en el año 553. En España, el toledano Alfonso X (1221-1884), llamado el Sabio, a más de instituir las siete partidas que dan simiente y cemento al derecho romano que en esta parte del mundo aún nos rige, definió así a la universidad: «Ayuntamiento de maestros y de escolares que es hecho en algún lugar con voluntad y entendimiento de aprender todos los saberes».
Ahí radica el enojo del presidente López, real o fingido. En la diversidad, en la totalidad incluyente, en la aceptación -implícita en el término- de que además de mi verdad existen las verdades de otros, columna vertebral del pensamiento universitario.
La rabia del presidente López ante el pensamiento divergente, ha salpicado a muchos de sus cercanos de sus colaboradores, egresados precisamente de la UNAM, obligándolos al silencio o a la abyección. El mismo presidente López se hace llamar licenciado porque logró, luego de varios infructuosos años, un certificado de pobres estudios de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales… de la UNAM.
El representante del presidente López y su gobierno ante la ONU se llama Juan Ramón de la Fuente y fue rector de la UNAM. Claudia Sheinbaum, aspirante favorita a suceder a López y egresada también de ese instituto, cayó en apostasía para no contravenir al verbo de su jefe. Varios medios han puesto en evidencia a los miembros del gabinete lopez-obradorista que tienen en las paredes de sus casas diplomas de la UNAM y que no se han atrevido a defender a su Alma Mater. Probablemente, al igual que su jefe, no tienen mater.
La doctrina del presidente López estriba en la provocación, la radicalización, la división de los mexicanos entre sus seguidores y los demonios. Pero con la universidad, esa totalidad, ha topado.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): El que ordenó aplicar a los mexicanos vacunas chinas y rusas que no estaban certificadas apropiadamente fue el doctor López Gatell con la obsecuencia del presidente López Obrador. Lo demás que se diga o grite son paparruchadas.
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