Por Félix Cortés Camarillo
Tengo una particular inclinación personal por Alemania, tierra de Goethe y de Bach, y también cuna de una de las mujeres excepcionales de nuestra era, la señora Ángela Merkel, quien acaba de dejar el puesto de Canciller de Alemania, que así se le dice allá al primer ministro. Me conmovió, y me resultó de una sobria elegancia y honestidad, el largo aplauso que los legisladores le dieron en el Reichstag, el edificio del parlamento por cuyo incendio supuestamente condenó el nazismo al comunista búlgaro Jorge Dimitrov.
Formada desde su niñez en la Alemania del Este, botín de guerra de la URSS, graduada de ciencias en Berlín, la señora Merkel se ha quedado en la historia como ya están Isabel de Aragón, Margaret Thatcher o la ninfómana Catalina la Grande, ella por méritos distintos de sus aficiones sexuales.
Saco a colación estas referencias porque México está comenzando a inquietarse con la supuesta obsesión del presidente López por colocar a la señora Claudia Sheinbaum en posición de heredar el cargo de presidente de México por cortesía de Morena.
Yo no niego que esa sea la paranoica decisión de Andrés Manuel López Obrador. Tampoco la creo con firmeza: los designios de Palacio Nacional suelen ser insondables.
Mujeres presidentes ha habido varias. Hace 20 años Tarja Halonen despachaba con ese título en Helsinki, Gloria Macapagal en Manila y Megavati (así se llama) Sukarnoputri en Yakarta. Otras notables y poderosas han sido, muchas desde el lecho nupcial, la emperatriz Wei de la China del Siglo VII, la faraona Hatshepshut de Egipto en el XV o la emperatriz Zoe de Bizancio en el XI, que hizo uso de tres maridos para ocultar que quien mandaba era ella. Algo similar hizo en el XVI la emperatriz Nur Jahan de Mongolia, cuyo marido alcohólico e imbécil le dejaba que hiciera lo que le daba la gana. En 1960, con su hermosísimo nombre, Sirimavo Bandaranaike fue la primer mujer en llegar a ser la primera ministra de Ceilán, hoy Sri Lanka. Indira Ghandi juega en esa liga.
Que no se nos escapen otras mujeres que manejaban el poder a veces desde bambalinas, a veces desde el proscenio, como Evita Perón, o la papisa Juana (Benedicto III).
Sé que me quedo corto en el recuento. No debe asombrarnos que las mujeres manden; los que tenemos una de fijo en casa ya sabemos que el mejor mando es el compartido. Ser soflamero en este campo es categoría que inventó Lalo González, Piporro. México puede tener una mujer presidente cuando le dé la gana. Lo cierto es que a México no le hace falta una mujer presidente: le hace falta un buen presidente, puesto que nuestra cultura política ancestral se basa en el poder enorme de un individuo superdotado. Ergo, necesitamos un buen presidente, del sexo que sea.
El problema es como la leyenda de Diógenes Laercio, que de hecho es una leyenda en sí mismo: andaba buscando una abstracción.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, ¿lo que le dijeron los ingenieros sobre el decretazo, no vale una consideración? Ya conozco su respuesta.
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