El 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes cubanos de la clase media alta inconformes con el régimen de Fulgencio Batista, quien había llegado al poder por el camino frecuente latinoamericano del golpe de estado, se lanzó a la toma armada del cuartel de Moncada, en Santiago de Cuba, y del Carlos Manuel Céspedes en Bayamó. La operación armada fue un fracaso, una media docena de rebeldes perdieron la vida en el tiroteo, y días después el líder del movimiento insurgente, Fidel Castro, fue capturado y mantenido casi tres meses en prisión solitaria para ser sometido a juicio en un tribunal de urgencias, junto con 102 de sus seguidores.
Fidel fue condenado a 15 años de prisión, pero fue liberado al poco tiempo y se marchó a México en donde, con apoyo de personajes dentro y fuera del gobierno mexicano reorganizó su revolución que en 1959 triunfaría. Los demás recibieron penas que fueron de los siete meses a los 13 años.
Lo notable del juicio del 16 de octubre del 53 fue que el doctor Fidel Castro Ruz -así se les decía en Cuba a los abogados- asumió personalmente su defensa de manera brillante y elocuente. Su alegato, que publicado en un libro, ocupa 32 hojas, y pasó a la historia por dos razones. Fue un análisis certero de la situación crítica de Cuba, con un campo atrasado y opresor de los trabajadores, un elevado índice de desempleo en las ciudades y un analfabetismo mayoritario. Asumiendo, con razón, que iba a ser condenado, Fidel cerró su discurso con la frase «la historia me absolverá». Así se le conoce al documento.
Ayer el presidente López acudió al cliché castrista y repitió que la historia será la encargada de absolverlo.
Los casos son diferentes, desde luego. López Obrador estaba respondiendo, de manera indirecta, a la decisión norteamericana de ofrecer jugosa recompensa por información que conduzca a la localización y detención de los hijos de Joaquín Guzmán Loera, alias «El Chapo», a quienes allá consideran siguen al frente de la organización de narcotráfico creada por el hoy preso en Estados Unidos. Sin poder negarlo, el presidente López admitió que fue él y solamente él quien en octubre de dos años ha, dio la orden de liberar a uno de los hijos del Chapo, Ovidio, alias El Ratón o El Gato Negro, que en una operación del ejército mexicano había sido ya capturado en Culiacán.
La explicación que en su momento dio el presidente López en aquel momento y repitió ayer en la mañanera, fue que los sicarios de la delincuencia habían capturado un número incierto de civiles inermes amenzando con matarlos si no se liberaba a Ovidio. El presidente de México cedió al chantaje. La historia me absolverá, dijo ayer.
La historia ya parece haber emitido su juicio sobre los hechos de octubre 17 de 2019: esa tarde quedó demostrado el fracaso de la política de abrazos no balazos del Estado mexicano hacia los delincuentes que supuestamente debe perseguir, encarcelar y procesar. Lo demás es retórica que carece del timbre de voz y la presencia de Fidel.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): Con todo respeto, señor presidente, ya que usted no quiere que los gringos vengan por los hijos del Chapo Guzmán, ¿por qué no ordena su detención por parte de sus fuerzas armadas? Sus jefes saben, sin duda en dónde se encuentran y a ellos no les caerían mal los millones de dólares que hay de recompensa. Digo.
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