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Por José Jaime Ruiz

@ruizjosejaime

Las herejías difícilmente sufren de la antipatía popular. Así ha sido a lo largo de la historia. Inclusive puede documentarse a veces una oposición popular a la quema de herejes como sucedió en Parma en 1279 y en Bolonia en 1299, “mientras la adopción gradual de los decretos imperiales y papales contra la herejía fue con frecuencia resultado de consideraciones políticas y diplomáticas” (La formación de una sociedad represora. Poder y disidencia en la Europa Occidental, 950-1250. R. I. Moore).

Atrás de la herejía, el poder le inventa conjuras y conspiraciones, organización religiosa o ideológica que deviene en organización política, una cierta coherencia social e intelectual que la hace peligrosa. La herejía no se asume como herejía aunque el poder la asuma como disidencia del status quo.

La conjura política y las conspiraciones poco tienen que ver con las herejías porque aquellas buscan suplantar al poder establecido por otro poder y las herejías llamadas así por el lenguaje oficial sólo piensan en la contracorriente, en la disidencia.

En la abolición del tiempo, el hereje busca su sitio. La remoción de la modernidad auspiciada por la Viena del 900 hizo de Karl Krauss también un látigo de frases. Su chasquido todavía resuena en la memoria:

“Tengo la locura de los grandes; sé que mi tiempo no llegará.”

Sí, el mismo Krauss que dijo: “Pocos pueden evitar la dificultad de hablar de mí.”

En La remoción de lo moderno, Nicolás Casullo borda: “La reputación fantasmagórica de Krauss, hoy, en todo caso, se ha vuelto la media en la que se anulan las tomas de posición extremas que despertó en su vida. Porque nadie fue en su época tan odiado o voluntariamente ignorado por unos y ascendido al pináculo por otros. Una lluvia de interpretaciones y de metáforas se ha abatido sobre él, como si la multiplicidad de sus apariencias no pudiera explicarse sino por un secreto que las ordena a todas y para las que hubiera que encontrar una difícil definición: ‘una criatura que une en ella al niño y al antropófago’ (W. Benjamin), ‘un buen ignorante’ (B. Brecht), ‘una especie de gato con botas, que calzó las mulas del papa y las da a besar’ (Else Lasker-Schüler), ‘un mago colérico, cuya armadura azul bajo su manto negro brilla con el ruido de la guerra’ (Trakl), ‘un simio de Zaratustra’ (Kuh), ‘Narciso’ (Blei), ‘un precursor de la prensa escandalosa norteamericana’ (Kesten) y ‘uno de los mayores artistas austriacos’ (Alban Berg).”

Si para Wittgenstein los límites de su lengua significan los límites de su mundo, Krauss puede expresar: “El mundo pasa por el tamiz de la palabra.”

Así y después de todo “Cuando las ideas no son verdaderas, las palabras no son justas, las obras no tienen lugar; si las obras no tienen lugar, la moral y el arte no marchan bien, la justicia no se aplica bien; si la justicia no se aplica bien, la nación no sabe dónde poner su pie ni si mano. En consecuencia, no toleres que haya desorden en las palabras, todo depende de ellas.”

Tal vez los herejes sean los únicos que tengan ideas verdaderas.

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Vía / Autor:

// José Jaime Ruiz

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Autor: stafflostubos
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