Por Félix Cortés Camarillo
Desde hace ocho años no habían estado los Estados Unidos y Rusia más cercanos a una confrontación militar frontal como ahora; no es necesario decir que cualquier roce entre las dos potencias militares huele a posible guerra, eventualmente mundial. No es el caso, pero el hecho es que la cosa está muy caliente. Al igual que hace ocho años, en el centro de la fricción se escribe una palabra: Ucrania.
Estados Unidos ha desplazado a cerca de dos mil soldados de los que mantiene en Europa a las cercanías de las fronteras de Ucrania; son una minucia frente a los cien mil elementos que Rusia trasladó a la zona, listos para el combate. Ambas partes aducen que se trata de preparativos para ejercicios militares, de los que los grandotes suelen hacer de tiempo en tiempo dizque que para mantenerse en forma. En realidad se trata de manifestaciones de fuerza con propósitos intimidatorios.
En Occidente se espera que Rusia invada en cualquier momento Ucrania, y amenaza que en cuanto un solo soldado ruso entre en territorio ajeno habrá respuesta militar. Algo debe recordar el gobierno norteamericano: hace ocho años Putin tomó la estratégica península de Crimea con su base naval Sevastopol que los soviéticos de antaño hicieron ahí como su puerta de entrada al mar negro, de ahí al Egeo y al Mediterráneo. No pasó nada, los rusos ahí siguen.
Esa actitud alentaría a Valdimir Putin a invadir Ucrania completa. País pobre y corrupto, a nivel de cualquier república bananera centroamericana, tiene tres factores que le hacen atractivo a Moscú: es la frontera más occidental hacia Europa de lo que fue la URSS, pero tiene además importantes yacimientos de gas natural y riquísimas reservas de uranio. Si a eso añadimos que desde la Rusia imperial Moscú considera esa tierra como suya, desde que Catalina la Grande conquistó Crimea, tenemos el cuadro completo:. El sueño de Putin es convertirse en el nuevo Zar de todas las Rusias.
Biden amenaza, como suele hacerlo su país, con las sanciones económicas. Esas le hacen a Rusia lo que el viento a Juárez. La única esperanza de la Unión Europea es llevar a una mesa de negociaciones a las dos potencias como promete el presidente francés Macron: cualquier confrontación le pega primero a Europa.
Acabo de ver una película llamada “Munich, en vísperas de una guerra”, reciente estreno de Netflix basada en acontecimientos reales: el 30 de septiembre de 1938 y precisamente en Munich, Hitler, Musolini y los primeros ministros de Inglaterra y Francia, Neville Chamberlain y Daladier, firmaron un acuerdo cediéndole a Hitler los territorios Sudetes, que eran parte del norte y oeste de Checoslovaquia. El argumento de Occidente para ceder así, fue que era la única forma de frenar los anhelos expansionistas de Hitler que ya había anexado Austria a Alemania. A consecuencia del tratado de Munich, en 1939 Hitler instauró el “protectorado” de Bohemia y Moravia, ocupó militarmente Eslovaquia y lanzó sus tropas sobre Polonia. Así se inició la Segunda Guerra Mundial.
Quien no aprende de su historia está condenado a repetirla. La frase se atribuye a Napoleón y fue reverberada por el filósofo español de Santayana. En las afueras del campo de concentración nazi de Auschwitz se lee en polaco e inglés. Sea quien sea el autor, Joe Biden y Occidente debieran tenerla en mente hoy en torno a Ucrania.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto señor presidente, usted ya conoce la respuesta panameña a su propuesta de embajador allá; nosotros no. ¿Qué hará usted si Panamá le niega el beneplácito a su historiador favorito, Pedro Agustín Salmerón?
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