Por José Francisco Villarreal
Cuando murió Vicente Fernández, la verdad es que no me impactó tanto como otras muertes de cantantes famosos; por ejemplo, Celia Cruz, a quien despedí con ron y, por supuesto, ¡salsa! Don Vicente tenía una voz espectacular. He visto a pocos artistas que despreciaron tanto el micrófono hasta en presentaciones masivas. Lola y Vicente, como lo fue Esténtor, debieron estar insuflados por espíritu de la odiosa diosa Hera, la crónida de ojos de vaca y níveos brazos, que era bastante gritona. Pero con todo y ese mérito, no fui súbdito de don Vicente I. Su “reinado” ya había sido reclamado por Su Majestad Imperial, José Alfredo. Es que no me seducía mucho un posible rey-tlachiquero que se la pasaba grafiteando pencas de maguey. De los Fernández, me gustaban más las primeras canciones de Alejandro, aunque reconozco que fue porque me recordaba mucho a la voz de Javier Solís.
Crecí escuchando todo tipo de música, sobre todo la ranchera y la regional norteña. La TKR y la BJB eran las estaciones de radio sintonizadas de rigor en casa. Además, la T Grande, la W, y la XEFB, por las radionovelas y algunos programas de variedades. La educación, (¡sí, educación!), recibida por ese medio determinó mi adolescencia. El entretenimiento también educa, y eso es algo que deliberadamente descuidan los medios que manejan esta variante de la comunicación. Así, en la música, en las canciones, muchos encontramos mecanismos de conducta sobre todo en cuestiones sentimentales… ¡Y hasta políticas! “La Cucaracha” no se cantaba sólo para entretener a la tropa (“Con las barbas de Carranza, voy a hacer una toquilla, pa’ ponérsela al sombrero, de su padre Pancho Villa”).
Si no todos, una gran mayoría, hombres y mujeres, hemos reproducido las pasiones y emociones que entendimos en canciones de amor, desamor y despecho. El cine apoyó bastante a divulgar esos clisés. Pero en donde parece tender a perpetuarse más, con poco recato, es en los informativos. La noticia por sí misma puede alterar conductas. Pero la información siempre adquiere significados adicionales en la emisión. A veces por descuido en la edición; a veces por contraste en audios, videos o gráficos; y muchas veces por la interpretación que imprime o el reportero o el presentador de la información. Sí, en el fondo de todo comunicador está el germen del chisme, la profecía o la insidia. Monstruos que no siempre podemos controlar, y hay quienes ni lo intentan.
Hace poco, mientras se transmitía por TV la marcha de protesta por la muerte de la joven Debanhi, una conductora de noticias dijo que iban gritando discursos “de odio” contra el gobierno estatal. La emisión siguió como si nada. Tal parece que nadie en ese canal se dio cuenta de la barbaridad que dijo y de lo que sus palabras pueden generar en su auditorio. ¿Odio? ¿A una marcha pacífica de mujeres y hombres enojados, muy enojados, por la muerte de una joven se le etiqueta como una marcha de “odio”? Es verdad que la marcha tuvo algunos rasgos de violencia: violentaron el frenético flujo de vehículos en avenidas principales, violentaron la paz remolona de la Fiscalía, violentaron la majestad de la sede palaciega del gobernador y su consorte; violentaron con “pintas” la admirable pulcritud de paredes y camellones… ¡Cuánto odio! En esa marcha yo no vi odio, pero creo que al gobierno no le hubiera importado, le debe importar, eso sí, que tampoco se vio miedo.
La desaparición y muerte de la joven no es un hecho aislado. Fatalmente, no se trata de una novedad para los nuevoleoneses. Sin embargo, la cobertura noticiosa fue extraordinaria, incluyendo las redes sociales. Salvo muy honrosas excepciones, noté a comunicadores reales, sedicentes y espontáneos, en verdadera estampida detrás de la “exclusiva”. En lo personal, yo no confío en las exclusivas si no son verdaderos testimoniales de un comunicador experimentado. Las áreas de comunicación oficial y los grillos, filtran “exclusivas” como parte de una estrategia. La movilización en el motel “Nueva Castilla” evidenció que no se trataba de apertura informativa sino de la colocación meticulosa de información en los resonadores adecuados. No digo que los medios invitados fueran cómplices (no todos al menos), digo que fueron útiles. No sé si esta estrategia de comunicación sea parte de la novedosa “importación” desde Michoacán y Jalisco, pero creo que fue un montaje, uno de tantos.
¿Cómo se llegó a esto? Desde el principio, la desaparición de Debanhi fue una más. No hay elementos excepcionales que la destaquen de otras similares, antiguas, contiguas o actuales. La foto divulgada, que se ha vuelto icónica, despertó el morbo de las redes que no tardaron en hacer todo tipo de conjeturas enmascaradas de compasión. Salieron a relucir esas normas de conducta que lateralmente destiló la presentadora de noticias en su… torpeza. ¿Mujeres en protestas y gritando? ¿Mujeres en fiestas de madrugada? ¡Qué impropiedad! Y como ahora las redes también son “fuente” de los noticieros, el debate escaló a los medios. Se enjuició a la chica, a sus amigas, al taxista, a los padres de la chica, a todos los padres, a todas las chicas, a todos los hombres, a una empresa de transporte… Era imposible que en este frenesí del absurdo no surgieran voces sensatas que identificaran con mejor puntería las raíces del problema. Una de ellas, la más evidente: la inseguridad. ¿Responsables? En Nuevo León, la Secretaría de Seguridad Pública, la Fiscalía General de Justicia y las policías municipales.
En estas circunstancias, cuando la imagen del gobernador de Nuevo León se desploma, lo que menos necesitaba era que la polémica (otra) se prolongara más. Encontrar el cuerpo de la joven, si es que en verdad fue casual, podía llevar el caso a un ámbito más reducido donde, por ley, la “secrecía” limita la información y eso bajaría la presión. Sí, salvo porque a estas alturas la polémica ya trascendió a la estupidez original de los teclados ociosos. Ahora se juzga a las autoridades, a su incompetencia, a su falta de tacto, a sus declaraciones insultantes e insensibles, a la capacidad misma del gobernador para conducir al estado y para responder a las exigencias ciudadanas.
Ahora la exigencia pública va más allá del esclarecimiento de esta desaparición y de la obvia conclusión de que está muerta. Eso no resuelve nada. La agenda del caso de Debanhi la dictará la Fiscalía, y las “exclusivas” facilonas las darán quienes quieren lavarse la cara, como antes se lavaron las manos. La otra agenda no será tan sencilla, porque será decantar la crítica oportunista, sobre todo política, contra las autoridades policiacas, para exponer la verdadera agenda social, la de colectivos y ciudadanos individuales que exigen soluciones y destituciones. Aquí no hay exclusivas para los medios sino la oportunidad de recuperar una verdadera vocería ciudadana que han descuidado para favorecer intereses políticos… o peores.
Hace casi 50 años que Su Majestad Imperial José Alfredo le cantó a Alicia Juárez una norma que en el periodismo debe ser básica. “No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”. Después de todo, la “exclusiva” sorprende y eleva rating, pero la información cuidada y depurada despierta conciencias y refuerza culturas, no las desmantela, como ha sucedido durante años.
En estos momentos, en Nuevo León, hay cosas muy importantes en juego que calarán mucho y durante mucho tiempo a los ciudadanos. Exclusivas que se buscan, no se esperan cruzando chismes en una mesa de redacción o pizcando en redes sociales.