Por José Jaime Ruiz
@ruizjosejaime
Daniel Cosío Villegas inventó una etiqueta historiográfica que se hizo común en el lenguaje político de los mexicanos: el porfiriato. Menos popular, existe el término “maximato”, periodo de gran influencia de Plutarco Elías Calles, “Jefe Máximo de la Revolución”, hasta el arribo a la presidencia por parte de Lázaro Cárdenas.
Para Nuevo León existe una etiqueta mínima, el PRIANato, concepto que nace cuando estalla la entonces llamada “Santísima Trinidad”, luego de la defenestración de Fernando Larrazabal después de los videos del Casino Red donde se muestra a su hermano recibiendo dinero en el llamado “quesogate”. El líder del Grupo San Nicolás, Zeferino Salgado, se hizo del partido de la mano e interés “jurídico” de Raúl Gracia.
En el sexenio de Rodrigo Medina de la Cruz se formalizó el PRIANato, donde el PRI excluyente propició la salida o el alejamiento de Jaime Rodríguez Calderón, Abel Guerra, Clara Luz Flores, Héctor Gutiérrez y Felipe Enríquez, por mencionar a algunos de los destacados. Con la incorporación de Víctor Pérez, líder del Grupo Santa Catarina, el PAN celebró, como lo hizo el PRI, la “propiedad privada de las funciones públicas” (una frase de Gabriel Zaid).
La propiedad privada de las funciones públicas secuestró la política en Nuevo León. Diputaciones federales y locales, alcaldías, regidurías, puestos burocráticos, nómina, todo se negociaba. Las funciones y la vida pública se pervirtieron. Para citar de nuevo a Zaid, la corrupción no es parte del sistema, es el sistema mismo. En 2015 los ciudadanos, hartos del amasiato entre el PRI y el PAN, y condenando el sexenio corruptísimo de Rodrigo Medina, votaron masivamente en contra del PRIANato.
El ascenso del Bronco a la gubernatura, a las primeras de cambio (“el cobijagate”) incumplió cualquier expectativa. Los cadillos exhibieron su vocación de caballerango. Negoció con el PRIANato su sueño de obtener la Presidencia de la República para no llegar a un juicio político después de su aventura de libro vaquero y, como no tuvo diputados “independientes” en el Congreso, optó por cohabitar con el PRIANato, si y sólo si, no se exhibieran las corruptelas de cada lado: la impunidad es la hermana gemela de la corrupción.
El PRIANato entró en crisis desde que Samuel Alejandro García Sepúlveda fue gobernador electo y se ha acentuado ahora como gobernador constitucional. Y el gobernador entró en crisis por novatez en el ejercicio de la gobernación, sus entusiasmos “testosterónicos” (quicly, quicly, quicly) al ejercer la política y su doble discurso. Samuel Alejandro es, de los gobernadores recientes, el que más se ha desgastado en muy poco tiempo.
La batalla de García Sepúlveda en contra de los socios políticos, económicos y financieros del PAN, Zeferino Salgado, y del PRI, Francisco Cienfuegos, no es de ninguna manera una lucha en la defensa de los intereses ciudadanos, la gente les vale madre. La disputa es por quién se queda con la corrupción, con la propiedad privada de las funciones públicas. Se pelean los negocios de la corrupción. Los billetazos para mantener u obtener el poder vienen de los dos lados. En el burdel de la vida pública de Nuevo León, no hay escenas de pudor sino de liviandad (cfr. Carlos Monsiváis).
Así, la disputa por quién pone y dispone en la Unidad de Inteligencia Financiera y Económica, el Legislativo o el Ejecutivo, significa que, a través de ella, el PRIANato compra impunidad; para Samuel Alejandro (ya hacía ese tipo de negocios como senador) le significa la corrupción institucional para la extorsión a políticos y empresarios.
Cito un fragmento de la columna de Darío Celis en El Financiero: “Uno de los principales temores del gobernador de Nuevo León, Samuel García Sepúlveda, es perder el control de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) local. La dirige Carlos Mendoza Cano, socio del actual mandatario y de su padre, Samuel García Mascorro, en al menos dos de sus despachos. Ante el riesgo de que la oposición en el Congreso local le arrebate el mando de esta importante herramienta de control financiero, García no ha dudado en ejercer su poder”.
El PRIANato, a través de Zeferino Salgado y Paco Cienfuegos, está negociando su corrupción e impunidad; Samuel Alejandro y su familia, la corrupción del sexenio. Si alguien cree que asistimos sólo a una lucha política, aunque se asuma, es un ingenuo. Al seguir la ruta del dinero, esta disputa es, en el fondo, financiera, económica. El PRIANato se equivoca en su politiquería: no es con fotos, con huevos y con camisetas como se castiga a Movimiento Ciudadano y al gobernador al ejercer la vieja política de compra-venta.
“No te voy a castigar. Te voy a desprestigiar”, expresa un personaje de la novela La Silla del Águila de Carlos Fuentes. Si el PRIANato quiere hacer política y no politiquería, tiene que trabajar en el desprestigio del gobierno joven del joven Samuel Alejandro. El PRIANato tendrá que aprovechar los errores de esta administración.
El desprestigio del gobernador reside en las redes sociales pero, sobre todo, en la realidad más real que padece el ciudadano: los tarifazos impuestos a los usuarios del Metro y de Agua y Drenaje; los cortes cada vez más frecuentes del servicio del agua (la gente empieza a salir a las calles a protestar); la inseguridad, manteniendo a Aldo Fasci en su puesto cuando el mes de mayo ha sido el mes más cruento en homicidios en una década: cerró con al menos 143 muertes violentas.
También violentar el derecho a la salud de los regios por la carencia de políticas públicas en contra de la contaminación; creer que con la nueva titular de la Secretaría de la Mujer se resolverá la problemática de las mujeres cuando, hace apenas unos días, el secretario de Gobierno de su administración amenazaba con reprimir las marchas feministas y de desaparecidos. Y, lo más reciente, conculcar el derecho a la información al cerrar el Palacio de Cantera al trabajo periodístico, una represión más. El PRIANato la tiene fácil, esto es, aprovechar el descontento y el enfado de los ciudadanos con el gobernador.
La ruta del gobernador es otra, sencilla: romper el PRIANato. Como el voto de los albiazules migra a Movimiento Ciudadano, lo pragmático es que se alíe al PRI, un partido en extinción, y acumule votos del PAN para las elecciones del 2024. Como tiene tiempo para gobernar, la rapidez es mala consejera; la impulsividad, también. Si Samuel Alejandro quiere hacer política y no politiquería, más que con el tiempo, deberá dimensionar los espacios: hacerse de curules al romper el pacto de Zeferino y Cienfuegos.
En efecto, dividir para vencer. Mantener una política de conflicto con el grupúsculo dirigente del PAN, allegarse a la vieja cúpula (Fernando Canales y sus “manos limpias”) y lograr una política de composición con los diputados y alcaldes priistas. La composición pasa por convocar a solas, como lo hizo con el diputado Waldo Fernández, a desayunos en el Palacio de Cantera a Cristina Díaz, César Garza, Francisco Treviño, David de la Peña; también con el morenista Andrés Mijes y el independiente Miguel Treviño. Ya tendrá tiempo de hablar en lo oscurito con Paco Cienfuegos y Heriberto Treviño.
En fin, como decían en mi cuadra, déjense de mamadas. El combate entre el PRIANato y el pretendido “samuelato” naranja, si bien es una lucha política es, sobre todo, una lucha por los negocios oscuros, por la negritud de la corrupción e impunidad en este sexenio y, parodiando la serie televisiva, al rato veremos que “the orange is the new black”.