Por Francisco Tijerina Elguezabal
“Aquel hombre que pierde la honra por el negocio, pierde el negocio y la honra.” // Francisco de Quevedo
La verdad no entiendo la estrategia de los restaurantes caros en Monterrey que, de un tiempo a la fecha, han salido con la novedad de “sorprenderte” al momento de la cuenta con precios estratosféricos en platillos o bebidas que los meseros te sugirieron y de los que uno de incauto no preguntó su precio.
En estos días se ha hecho famoso el caso de una pareja que acudió a “La Buena Barra” a celebrar el cumpleaños de uno de ellos y vaya que no lo podrán olvidar porque tras consumir unos tres mil 500 pesos (incluidos dos tequilas nacionales al precio de una botella entera, como de costumbre), les ofrecieron con el pastel de cortesía al cumpleañero un shot de whiskey y en el festejo, la bengala, las mañanitas, los aplausos y el hombre cayó redondito y se la aplicaron al servirle lo que él pidió, un trago de 13 mil pesos más I.V.A.
La historia es ya muy conocida y le ha dado la vuelta al mundo, porque a pesar de las quejas no hubo poder humano que evitara que les cobraran la cenita de cumpleaños con el truquito del whiskey, convirtiendo en amargo el dulce sabor de los platillos y bebidas de aquella tarde.
Pero no son los únicos y no lo platico de oídas, a mi también ya me la hicieron.
Hace un par de meses, precisamente celebrando un cumpleaños, acudimos en familia al que hasta entonces fue uno de mis restaurantes favoritos en la ciudad, me refiero a “La Madalena” en donde la exquisita cocina y el estupendo trato hacían de cada visita una experiencia inolvidable.
Y esta última también lo fue, pero no por las delicias de sus platillos o la esmeradísima atención de los meseros, sino por el vil atraco en despoblado del que fuimos objeto por parte de uno de sus capitanes que al momento de llevar a la mesa la tabla de carnes para elegir unos cortes, nunca advirtió que mezclados entre los trozos de carne “normales” habían suplantado algunos con otros de procedencia extranjera, con una diferencia abismal en el precio.
Clientes frecuentes, en medio de las risas y las bromas, de la celebración y demás, no dudamos en escoger el “Tomahawk” que regularmente pedimos, pero resulta que era de “Wagyu” y no el que estamos acostumbrados a comer; la sorpresa vino al momento de la cuenta y percatarnos de que aquel trozo de carne de unos 600 gramos, incluido el hueso, tenía un precio de ocho mil pesos más I.V.A.
Observé el ticket y discretamente traté de buscar al capitán que me había hecho caer en el truco pero, ¡oh sorpresa!, se había desaparecido de la escena. Después de acudir tantas veces me conozco la carta de cabo a rabo, por lo que sabía que ese corte y su precio no estaban publicados, por lo que no hubo más que apechugar, sacar la tarjeta y con una mueca parecida a una sonrisa aceptar que habíamos sido víctimas de un engaño.
Debo decir que la carne fue deliciosa, un manjar de reyes, pero todo ese sabor se echó a perder por la vulgar forma de enjaretarnos el platillo a la mala.
No entiendo la lógica de los dueños que permiten, o que tal vez obliguen, a sus empleados a actuar de esta forma que no te deja más opción que el nunca jamás regresar. Por una buena venta de un día dejas de percibir decenas o cientos de cuentas tal vez un poco más pequeñas (no crea que hay mucha diferencia) en el futuro.
De lo que jamás podrán deshacerse será de la mala fama y la recomendación a quien pregunte de “cuidado si vas ahí, porque te pueden tratar de engañar y no decirte el precio de lo que ordenas”.
No les entiendo, porque en menos tiempo del que imaginan terminarán sin clientes. Ya lo verán.