Por José Francisco Villarreal
Una de las cosas que más detesto es que me den información falsa, de cualquier tipo. Lo mismo en la exposición de un problema matemático que en las señas para encontrar una calle. Cuánto más me revientan el hígado las mentadas “fake news”, una tecnología antigua que hemos perfeccionado. Yo mismo, de niño, contribuí a difundir noticias falsas. En esos juegos llamados “rondas” cantaba alegremente las coplas de “Mambrú”, donde un pajecillo llegaba con la noticia de que murió en la guerra. ¡Mentira! Don John Churchill, duque de Marlborough, derrotó a los franceses en la batalla de Malplaquet, sí salió en andas, herido, y perdió el doble de tropas que el enemigo, pero no murió ni en esta ni en otra guerra. Los franceses deseaban tanto su muerte que se creyeron la mentira y se la heredaron a España, en donde también imponían la era de los Borbones. Siglos después, ahí me tienen difundiendo la vieja “fake news” que se acomodó perfectamente a una campaña para mantener la hegemonía económica de las potencias europeas en el siglo XVIII. “Monsieur Marlbrough est mort. Mironton, mironton, mirontaine. Monsieur Marlbrough est mort. Est mort et enterré.”, decía la chiquillada gala. También enterramos al Duque en español, alemán, inglés, y supongo que en otros idiomas. Y al buen duque le valió: murió septuagenario y en su casa.
Las noticias falsas, como este secular trascendido del duque, grafitean la pared blanca de nuestra ignorancia o nuestras pasiones, el “papel de necios” que acusaba don Hernando Cortés. O simplemente se valen de nuestra genética proclividad al chisme. No sólo los medios se desnarizan tras la exclusiva; el ser humano (y humana) también. La falsa muerte del Papa Emérito pilló a muchos medios con los dedos en la puerta del ridículo. El malvado promotor de esa falsedad demostró la ausencia de rigor periodístico ya generalizada en los medios masivos de comunicación. ¡Con mayor razón en las “benditas” redes sociales! Ahora que, ¿la gente lo creyó porque en el fondo deseaba la muerte de don Benedicto como los franceses la de Mambrú? ¡Claro que no! Quien genera la información falsa suele ser astuto, tiene sus objetivos; el que se la cree sólo es estúpido. Y estúpido recalcitrante cuando, a pesar de que se le demuestre la falsedad, insiste en divulgarla y hasta en justificar la mentira.
Por supuesto, hay matices en las “fake news”. La gobernadora de Campeche, Layda Sansores, ya se trae de bajada al líder nacional priista Alejandro Moreno Cárdenas, alias “Alito”. Los audios, sacados de quién sabe dónde, “suenan” a Alito hasta para un sordo. A nadie le interesó el contexto de cada grabación, sólo paladeamos cada palabra con fruición. Cada vulgar perorata del supuesto Alito es perfectamente coherente con la realidad política mexicana. En el caso de que fueran falsos los audios, sus contenidos son perfectamente verosímiles y cotejables con las viejas prácticas deshonestas en los partidos políticos (esas que el INE nunca ve). Con estas piezas no es difícil armar el rompecabezas. Desmenuzar los audios para identificar delitos punibles no es trabajo para el respetable público. La gente sí sabe que ha sido traicionada sistemáticamente. No quiere ver sangre, pero sí quiere ver a políticos corruptos en la cárcel y no en interminables procesos que, como ya se ha visto, acaban por exculpar al que, para todos menos para los jueces, sí es culpable. Los audios de Alito no son exactamente “fake news”, pero tampoco es información confiable. Claro que su difusión sigue el mismo principio de la vieja y torpe campaña político-empresarial contra López Obrador: generar o estimular el prejuicio. Aunque Alito se placee en Europa y en Nuevo León, el estigma no se lo quita ni la virgencita… ni los bienes sospechosamente excesivos que poseen políticos como él.
Hay otras cuasi “fake news” todavía más peores. No hablo de la inteligencia chaparra con las que la “oposición” evaluó la visita de López Obrador a Joe Biden.
Hablo de la torpeza con la que se ha tratado la crisis hídrica en Nuevo León. Entiendo que por humanidad o por conveniencia, se quiera calmar el ánimo de los deshidratados reineros. No es para menos en plena canícula.
El desvío de aguas fluviales de otros municipios hacia el Área Metropolitana de Monterrey tiene sentido para los metropolitanos, no para los habitantes de esos municipios. Una cosa es conciliar intereses y otra imponer prioridades. Ningún municipio posee la soberanía sobre sus fluviales, ni siquiera el estado. Las aguas nacionales se distribuyen con otros criterios. El gobierno estatal se precipitó al presumir esa cacería de fuentes de agua. Ahora, por avorazado, tendrá que lidiar con las consecuencias, cuando los vecinos de los ríos y arroyos deberían estar negociando o protestando con Conagua, y apelando ante Semarnat. Demasiado tarde, ahora para esa gente, aunque no sea así, Samuel García es quien les quita el agua.
Por andar chacualeando en charcos ajenos, el gobierno estatal está olvidando cosas muy importantes en donde sí podría operar con más propiedad y amplitud. Una, la más obvia, es la distribución eficiente del agua. Los municipios y políticos oportunistas, pueden aprovechar el río revuelto para llevar agua a los vecinos y a sus molinos, pero la responsabilidad es estatal. No se trata de pasar la cubeta desde AyD hasta los municipios, sino de llevarla hasta cada casa. ¡Para eso se pagan los recibos, aunque no haya agua! Otro factor importante es ¡la canícula! La pandemia no cede, seguimos expuestos al Covid y bajo la amenaza de la viruela pero, para colmo de males, el calor también es un riesgo para la salud pública y un azote para la economía doméstica. No veo a Samuel García negociando con el gobierno federal y CFE una tarifa de emergencia para Nuevo León. No sólo las presas se secan, el sudor también nos deshidrata. Al menos tener el consuelo de morir fresquitos frente a un abanico de aspas sin tener que venderle el alma a CFE (que, por cierto, no perdona el retraso en el pago de un recibo).
PD: Sinceramente, qué pena la enfermedad que aqueja al ahora ex secretario de Seguridad estatal. Aclarando que un dictamen médico no sirve a la hora de evaluar la trayectoria de un funcionario público. A veces son los funcionarios públicos síntomas de una sociedad enferma de inseguridad.