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Por José Francisco Villarreal

No soy muy bueno para la limpieza doméstica. Marcho hacia la escoba como un condenado al paredón. Por más que lo intento, no acabo de descubrir los misterios arcanos del trapeador. Es como la condena de Sísifo, aquel rey de Corinto que batallaba con una roca; yo también, sólo que pulverizada y dispersa por toda la casa. La estricta prohibición de regar las banquetas hace que el polvo fino campee a sus anchas por todas partes ante la más ligera brisa. El cuento de nunca acabar. Así este viernes inicié la faena con el pesimismo de siempre. Pero apenas empezaba cuando me di cuenta que el chorrito de agua hipotensa que me suministra Agua y Drenaje de Monterrey se convirtió en el minúsculo chisguete de una tubería con prostatitis. Como soy porfiado, seguí en mi labor hasta entrada la madrugada, lavando triques cada 20 minutos, el tiempo en que la llave podía destilar a duras penas 3 o 4 litros de agua… ¡Y todavía no termino!

Con ese prejuicio, esperé con ansias criminales el anunciado mensaje que prometió el gobernador García. Como anticipó que iba a ser muy reflexivo, yo no esperaba demasiado, pero el tema era importante. Empecé a oír el mensaje este domingo, en tanto recalentaba en el “micro” restos de comida del jueves y me servía la cena, todo en recipientes desechables, por obvias razones. 

Efectivamente, la seria reflexión inicial del gobernador no fue tan reflexiva. Se trató de un parte catastrófico sobre el cambio climático a nivel mundial. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, diría mi abuelo. Fue una síntesis de las consecuencias  de la sordera de gobiernos ante el cambio climático. Sí, ese calentamiento global que negaba obstinadamente Trump, el expresidente gringo. A nivel local, lo hemos estado sufriendo y provocando sistemáticamente desde hace décadas.

No es sólo el derroche de agua, también la expansión urbana desordenada, el ecocidio y el abuso industrial del agua en una región donde su uso humano directo, doméstico y agrícola, deben ser prioritarios. Toda aquella empresa que procesa agua potable, dejó de ser apropiada para Nuevo León desde hace medio siglo. Pero esto es sólo una parte del problema.

Recuerdo hace años cómo el estado, el Congreso y el municipio de Guadalupe, facilitaron la devastación de un bosque urbano, La Pastora, y dejaron que se construyera un estadio. Algunos de aquellos políticos ecocidas todavía están vigentes. Como diría el clásico: “¡Shalalá!”

Y bueno, el gobernador se aventó un buen speech que, con muy incierta fortuna todavía, convoca a la unidad y a la responsabilidad compartida: sectores agrícola e industrial, gobiernos, ciudadanos… Una convocatoria que nos quiere sumar a un “new deal” para el Plan 2050. Esto me parece perfecto, pero hay detalles que me desconciertan. Una convocatoria de esas dimensiones no se hace con promesas sino con objetivos comunes, y se plantea con mecanismos claros de organización, tanto en cada sector convocado como entre todos ellos. La rectoría estatal de un plan de esas dimensiones debe coordinar esfuerzos, no distribuir pontificalmente obligaciones. Sí, me bañaré con una cubeta y una jícara pero… ¿eso es todo? El cuidado del agua no sólo es individual sino comunitario. Pero a los gobiernos les aterroriza organizar a la gente. Son muy delicaditos. Luego andan de respondones frente a cualquier arbitrariedad. 

Mentira que el uso de agua doméstico esté por encima del sector agrícola. Ellos no desperdician litros y litros para producir refrescos ni “mexicana alegría”. La labor estatal es invertir en nuevas técnicas para la agricultura y la ganadería. Hacerlas eficientes y sustentables, no limitar su producción. Sí restringir y hasta prohibir el agua potable en procesos industriales a menos que sea indispensable para producir a su vez productos alimenticios o farmacéuticos. Urge, eso sí, la revisión, reducción y, si es necesario, la cancelación de las concesiones de agua. El gobierno federal también es corresponsable. Pero no me late, y creo que a nadie, la propuesta de tarifas “progresistas” para el agua doméstica. Es un derecho humano, no nada más un servicio público. Está bien sancionar el derroche, pero no castigar a todos antes de la falta. Es como mandarnos al infierno primero para convencernos de no pecar. ¡Ya qué! Además, el fuerte de este gobierno no ha sido precisamente el de fijar tarifas.

Otro punto importante es la desarborización urbana. No se respeta la norma de áreas verdes privadas y públicas, y nadie es sancionado por eso. Si particularmente a alguien se le ocurre sembrar un arbolito en la jardinera de su banqueta, sufrirá bajo la telaraña de alambrados que nos cubre. Además, para mantener el arbolito, no recibirá apoyo ni municipal ni estatal. Una poda es carísima. Y los “podadores” de la CFE son verdaderamente salvajes.

Pero hay un aspecto que el Plan 2050 debería considerar, en serio. El agua condiciona todas las actividades internas y externas de una familia. Su carencia, o el incumplimiento de horarios de suministro, crea una tensión en el núcleo familiar y un estrés adicional en las actividades productivas y educativas de cada uno. Una tensión acumulada reventará en algún momento, y no siempre será en gastritis o úlceras, también puede salir a la calle. Una epidemia de indignación social nada recomendable, creo yo.

Por ahora, los mentados moduladores de presión de agua, muy inteligentes ellos, están funcionando bastante bien: toda mi colonia tiene la misma presión en sus tuberías, ¡ninguna!

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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