Por Félix Cortés Camarillo
Una de las peculiaridades frecuentes de los políticos astutos y mañosos, que no significa exactamente buenos políticos o políticos inteligentes y hábiles, es el arte de evitar caer en el problema de los cirqueros de infortunio: que les crezcan los enanos. Cuando se empiezan a morir las fieras, los payasos a enamorarse y los liliputienses a dejar su condición, el circo está arruinado.
El presidente López, de quien solamente los tontos pueden decir que es tonto, cultiva con entusiasmo ese hábito. Al primer indicio de que en su entorno se perfile una persona capaz de raciocinio independiente o de postura discrepante, se deshace de él como en el caso de los señores German Martínez en el IMSS o del señor Urzúa, efímero secretario de Hacienda; si en otros casos no concurre la dignidad que se necesita para renunciar pública y voluntariamente, al diferente se le incorpora a su círculo más estrecho, establecido por su donaire matemático: noventa por ciento de lealtad ciega y diez por ciento de eficiencia. Nadie debe tener la oportunidad mínima de destacar por encima del jefe: para eso es jefe.
Evidentemente, eso nos ha llevado a vivir rodeados de una flácida manada política mexicana, integrada por unos coetáneos míos que cargan vicios de la vieja Morena (léase PRI), como el mismo presidente López, o ineptos jóvenes arribistas, yesmen dispuestos a admitir que el reloj marca la hora que el que manda manda.
Ese es el verdadero problema que los mexicanos tenemos que enfrentar desde ya, o antes, pensando en las elecciones del 2024. Si Rubén Figueroa Figueroa acuñó la frase de la caballada flaca, los jamelgos actuales no son más que esqueletos de borricos. No existe un solo político mexicano en las filas de la oposición que pueda siquiera representar una alternativa a la más inimaginable corcholata sucesoria, actual o futura, que el presidente López destape cuando le dé la gana. Y que esa corcholata puede ser lo mismo cualquiera de las personas mencionadas que cualquier otra, el presidente de la Suprema Corte Arturo Zaldívar o el secretario de la Defensa Nacional general Luis Crescencio, que sigue creciendo.
No los borren de ninguna lista.
Precisamente en este panorama político es que Ricardo Monreal, el zacatecano que todavía ayer era coordinador de la bancada de Morena en el Senado, adquiere un deseable perfil protagónico. En tierra de ciegos, ya sabemos a quien le toca ser rey.
Monreal, con su inteligente política de evadir hasta donde la liga aguante sin reventar su afinidad al presidente López y su proyecto, ha logrado mantener una apariencia de disidencia leal. Será, él dice, el candidato de Morena a la presidencia; es -él dice- el caballo negro de López Obrador. Él sabe que no es cierto, pero la mentira es solamente una herramienta del quehacer político. Como lo sigue siendo el funambulismo, que Ricardo Monreal practica con oficio.
De lo que deben estar ciertas todas las fuerzas de oposición a Morena, que en su prolífica existencia documentan que no hay oposición al proyecto López Obrador, es que para todos ellos el fierro candente del náufrago se llama Ricardo Monreal. No es el apellido Colosio ni el fantoche de Samuelito, la eficiencia y hoja de servicios de Mauricio Kuri, gobernador de Querétaro, ni -mucho menos- cartuchos quemados de la camada del pasado de López Obrador, como Beatriz Paredes o Santiago Creel.
Será bueno, será malo, pero el único que puede ser alternativa al corcholato, quién sea, es Monreal. Se ha hecho del rogar, porque el desinterés fingido de las geishas es lo que las hace interesantes.
Pero como dicen en mi pueblo, se le puede pasar el camión. Y del rencor -de uno y otro lado- no se libra nadie.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente: usted, reencarnación de algún Cromwell, sigue en su invariable curso de colisión con los otros poderes en la medida en que no sigan su instrucción sin cambiarle ni una coma. Seguramente usted conoce las encuestas de opinión que afirman que el 80 por ciento de los mexicanos que son encuestados no vería con malos ojos la posibilidad de un golpe de estado militar.
¡Josú!
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