Por José Francisco Villarreal
Alguien me reclamaba alguna vez porque no soy muy parlanchín, y que me siento más cómodo escribiendo. Es verdad, casi. Porque sí domino el arte del parloteo, pero sólo en ocasiones especiales. En un taxi, por ejemplo, para sondear al chofer. En menos de diez minutos ya puedo tener una idea de qué tipo de persona es y si puedo sentirme seguro durante el viaje. Es sólo cuestión de sacar el repertorio de lugares comunes para armar una conversación que puede incluso llegar a ser interesante. En la redacción también uso muletillas, pero sólo para dar continuidad o énfasis, y eventualmente por pereza. En la charla, las frases hechas nos sacan del apuro al iniciar, continuar y rematar un tema. Total, las palabras que se dicen en una charla son viento constreñido. Siempre puede uno remediar un texto mal escrito, pero a palabra dicha inadecuadamente sólo queda pedir disculpas o fingir demencia.
No espero, por ejemplo, que don Andrés pida disculpas por haber dicho que, “afortunadamente” una persecución y balacera en Orizaba “no fue tan grave”. Lo fue. La gravedad no sólo está en el parte de bajas, también en el hecho. La irrupción de un acto violento en medio de la relativa paz cotidiana es muy grave, así sea sólo escuchar disparos a lo lejos. Tal vez don Andrés debió decir que sí fue un hecho grave pero, afortunadamente, común y corriente. Suceden hechos así en toda la república, todo el tiempo, y desde hace varias décadas. La última balacera que hubo cerca de mi casa, luego de tantas otras, me sorprendió en cama. Fastidiado, pero no asustado, arrojé la almohada y una cobija al suelo para seguir durmiendo ahí, lejos de la ventana. Grave, pero, como diría don Arturo de Córdova: “No tiene la menor importancia”.
La relevancia que damos a los hechos violentos debe tener su origen en nuestra necesidad de establecer rutinas seguras de vida. También en nuestra incapacidad legal e incompetencia para enfrentar una situación así. Yo no puedo enfrentar en igualdad de circunstancias a un grupo de hombres armados, ni a uno solo. En un asalto, es más seguro obedecer al asaltante y darle hasta lo que no nos pida. En una persecución y balacera como la de Orizaba, nos conmociona ver el terror de la gente. Es una manera sencilla para que un hecho, en un lugar del país, ponga de nervios a todo el país. El hecho fue grave, peligroso para la gente que estuvo cerca. Los demás sólo comimos palomitas viendo las transmisiones en vivo y las notas armadas, perfectamente a salvo.
Si don Andrés subestimó el hecho, los medios de comunicación hicieron todo lo contrario. Incluso, la reacción de don Andrés no fue al hecho sino a su difusión. Ese tipo de información es un potente gancho al hígado de todos. Es decir, es una nota fácil para cualquier medio y para cualquiera que se autonombre periodista desde un portal en línea, un blog o un canal de Youtube.
Hace años, platicando con don Gilberto Armienta Calderón, me contaba de la importancia de que la gente se ubique dentro de la nota. La gente no puede tener opinión o reacción correctas si no se le ofrece un contexto que le resulte familiar. En la nota roja, por ejemplo, es importante dar la ubicación del hecho. En una situación de riesgo, también hay que enfatizar el momento.
En la abrumadora información que generó el incidente en Orizaba, no hubo mayor contexto que el hecho mismo enfatizando más el terror de la gente que el enfrentamiento. No conozco Orizaba, sí conozco el terror. Así que yo, al otro extremo del país, apoltronado y tomando un agua fresca, me aterroricé de oquis. Entiendo el matiz que don Andrés quiso darle a esa información. La inseguridad es una herencia que recibió, sí, pero que aún no ha podido resolver. Cada hecho violento limitado o masivo, y que se transmite a nivel nacional, nos hace sentir que todos estamos bajo fuego. Y por supuesto que no es así. Todos estamos en la mira de los criminales, así ha sido siempre (homo homini lupus/ el hombre es el lobo del hombre). Entender la dimensión de la amenaza también tiene qué ver mucho con la forma como los medios difunden la información. Es fácil movernos las vísceras, rating garantizado. Es difícil darnos herramientas para ejercer nuestro criterio y tomar decisiones adecuadas. Lo que me hace pensar que cualquier hecho violento emitido con insistencia, se selecciona por el nivel de morbo o miedo que pueda despertar y no para evidenciar un problema social sobre el que debemos de tener opinión y tomar previsiones. Garantizar el rating y, eventualmente, el uso político de esa información. Porque cuando se generaliza a partir de hechos particulares, no se hace periodismo, se especula.
No acepto el etéreo grado de gravedad que dio don Andrés a la balacera en Orizaba. Tampoco la proyección apocalíptica que se le da en los medios. Eso de tenerme en el borde de la silla y con el “¡Jesús!” en la boca, no me deja evaluar adecuadamente la nota roja local, esa con la que sí me puedo tropezar en cualquier momento. Ejecuciones que sí tienen la mayor importancia, aunque no se transmitan en vivo ni a todo el país. En Orizaba, creo que si acaso hubo un muerto y mucha gente en peligro. En el área metropolitana de Monterrey hay muertos casi todos los días y todos vivimos en peligro. Grave, todavía más porque, aunque se nos reportan los hechos, casi nunca se nos da una explicación, que sí la hay… Una muerte premeditada tiene un objetivo y no puede ser vista como azarosa; muchas muertes premeditadas similares ponen en evidencia el objetivo. Pero tal parece que no tiene la menor importancia.