Por Félix Cortés Camarillo
Vamos a tomarlo con la candidez infantil de nuestros cánticos de Doña Blanca encerrada tras pilares de oro y plata, o en la versión de Allouette que muchos años más tarde María Elena Walsh nos trajo desde Buenos Aires, o tal vez el remake manoseado del himno de Malborough, que en nuestra lengua se convirtió en Mambrú y se fue a la guerra de la que nunca se vuelve: háganle como le hagan, pero los mexicanos el 30 de octubre tendrán que abandonar para siempre el horario de verano, según ha decretado el Congreso de nuestro país.
Claro; siempre, como sabía el maestro Pagés, es una palabra absurda por ilusa: nada es para siempre si no la muerte. Él había hecho exitosa la revista Hoy mientras su primo Regino Hernández Llergo manejaba, creo, la que le competía con el cabezal de Mañana. Un buen día, Pagés publicó una foto de cierta mirada lasciva que no le gustó al presidente Miguel Alemán, quien mandó cerrar la revista Hoy. Así nació Siempre!, presencia de México.
Hoy ya estamos ciertos de que se acabó en México para siempre el horario de verano en nuestras vidas: esa mecánica de mover las manecillas del reloj dos veces al año, ya no va más, como dice el croupier. Para siempre. Bueno, mientras el presidente López esté en el poder.
De la misma manera, los militares se quedan hasta el 2024 a cargo de nuestra seguridad como policías de todo tipo. Gendarmes de calle, detectives de homicidios, investigadores fiscales, o lo que falte, todo en la santísima trinidad –o, si usted quiere cuádriga– de la Guardia Nacional. ¡Qué bueno que así sea! Pero como dicen los del cuatrote cuando reconocen latrocinios, nomás tantito.
Ambas decisiones obedecen al mismo principio de nuestros cantos infantiles: porque lo manda decir el rey. Así mandó decir el presidente López en todo lo que emprende, desde cancelar aeropuertos, cosa grave, hasta la realmente intrascendencia del cambio de horario o el tema importante de la presencia de soldados en las calles. Porque lo digo yo.
No suena mucho a democracia.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Los que vamos a la compra, que los mexicanos llamamos el mercado, aunque ahora se le conozca como el tianguis o el super, nos hemos convertido en expertos de economía. Podemos calcular rápidamente el porcentaje de incremento en el precio del kilo de papa, el cartón de huevo o el manojo de pápalo sin que nos lo diga la Secretaría de Hacienda. Ahora resulta que debemos convertirnos en expertos sanitarios.
Para combatir la inflación y la carestía, el gobierno de la 4T hizo un pacto con los proveedores de satisfactores, primariamente alimenticios. A cambio de que no nos chinguen en la caja registradora, el gobierno del presidente López les quita el impuesto a la importación de alimentos y la obligación de someter a pruebas de calidad sanitaria de lo que importen para nuestro consumo. Será responsabilidad de los mercaderes.
Muy buena onda. Eso dicen al menos los productores de alimentos en los Estados Unidos que ven rechazados sus productos por la FDA (Administración de Alimentos y Medicinas por sus siglas en inglés) como indignos de consumo en Norteamérica, pero que de repente tienen abierto el mercadote sin control del patio trasero. Aleluya.
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