Por José Francisco Villarreal
En el viejo canal 3 de Monterrey, había un programa que conducía don Héctor Martínez Cavazos. Tal vez me equivoque, pero creo que se llamaba “Premio al saber”, o algo así. Se trataba de niños que competían con su acervo de datos escolares. En lo personal, o al menos así me enseñó un querido maestro desde primaria, no me entusiasma demasiado acumular datos, la mayoría no sirve para nada. Don Manuel Peña decía que no hay soluciones universales para todos los problemas que enfrentamos. Aseguraba que el exceso de datos sólo nos confunde; que una buena educación enseña no a solucionar problemas sino a saber en dónde encontrar la información necesaria para entenderlos. Pero el criterio general es saber mucho, hacer de la memoria una biblioteca, ostentar información y hacer de la cabeza una casa de citas. No es lo mismo exhibir con deleite la información que ha determinado nuestra vida, que alardear de nuestra memoria. Sabiduría de tontos.
Así, los datos que se exhiben en un parlamento no deben ser presuntuosos, deben ser ajenos al mirón, sea ciudadano común o periodista. En la mesa de un café, el duelo de citas puede hasta ser divertido; en un debate legislativo no se alardea, se expone información para examinarla, depurarla, admitirla o rechazarla. Es un proceso crucial para la sociedad, su manera de autogobernarse. Ni siquiera las iniciativas del Poder Ejecutivo son más importantes que el debate que se realiza alrededor de ellas. Claro, siempre y cuando sea un debate racional, y no el duelo de insultos, vulgaridades, pancartas, gritos y sombrerazos que caracteriza a nuestro Poder Legislativo nacional. La relativa mesura en los congresos estatales tampoco es tan sana; más bien es el tupido velo que cubre de concilios perversos y acuerdos a ciegas (oscuros y en lo oscurito).
En el Congreso de la Unión, convertido en carpa llanera, (y me consta porque he visto bastantes debates), los datos exhibidos suelen ser tan desconcertados como la blandengue inteligencia de muchos legisladores.
Datos que ganarían un premio al saber pero que no sirven para nada: confunden, distraen, engañan, provocan. No aportan un miligramo al debate y sí kilos a la gresca de piquera. Con este antecedente, no le vi el sentido a la presencia del secretario de Gobernación, don Adán López, en el Congreso de Nuevo León para buscar la aprobación a la reforma sobre el Ejército. La postura de los panistas del Congreso local ya fue expuesta; innecesariamente, porque es obvia. Pero no es la única satrapía legislativa, el PRI local también tiene voz, y voto, e intereses. Alfredo del Mazo, en su momento, fue muy elocuente, y la ausencia de los diputados panistas mexiquenses también. Sí, pero en las ollas locales se cocinan otros caldos gordos, y ese asustabobos de la “militarización”, no es causal de divorcio para el matrimonio partidista local, tan bien avenido.
Son predecibles las posturas de las bancadas locales del PAN, del PRI, y de los demás comensales del banquete político. Don Adán no vino a convencer a nadie. Ni la exposición en tribuna ni el debate con legisladores cambiaría posiciones dictadas desde los partidos. ¿Qué puede hacer don Adán para convencer a los diputados locales? No mucho aparte de la exposición pública de sus razones, más para los medios que para los diputados. Lo que tampoco es garantía, porque los medios locales, prácticamente todos, están alineados con los poderes fácticos locales o nacionales, y pasarán el mensaje a su manera. Lo que tampoco pesa demasiado, porque las opciones noticiosas están saturadas de banalidades e informerciales, lo que no abona a la certeza ni del dato noticioso ni del dato comercial. ¿Negociaría don Adán? Pues tal vez, pero no en el Congreso ni con los partidos; ellos tienen alguien como mi abuela para que les aplique la terrible amenaza bíblica de: “¡Nomás acuérdate que no te mandas solo!” Entonces, ¿qué vino a hacer don Adán si no hay manera de debatir el tema ni de difundirlo públicamente con eficacia? Pues, además de marcar presencia preelectoral, lo único que puede hacer es una cosa: presionar. Eso no se dice, ni se publica en los medios, ni se hace en el pleno del Congreso. No sería muy edificante aplicar la “huracarrana” en público, y el Congreso parece, pero no es la Coliseo. Ya se notará si sucedió.
La verdad es que la gente no está demasiado preocupada por el tema de la presunta militarización. Con todo y los serios asegunes, la gente se siente más segura ante el Ejército que ante policías federales, estatales y municipales. Al margen de la pasarela nacional de morenos presidenciables, despiertan más interés o curiosidad el trasvase de agua a Tamaulipas y los ríspidos desencuentros del joven Samuel y don Adán. En lo primero, inevitable pero manejable, ya hubo un posicionamiento federal un poco abstracto, y sin eludir el compromiso, la solución deberá ser coherente no con las grandilocuentes expectativas del gobernador nuevoleonés sino con la postura del presidente. Seguramente se propondrá algo para que el gobernador García se suba al podio de los ganadores del certamen acuático, pero en el peldaño de los medallistas de bronce. Es que ya lo conocen. Para auto elogiarse, el joven Samuel es capaz hasta de birlar los exvotos de la virgencita, el Nobel a Bialiatski, y el Princesa de Asturias a Matos. Sobre la bronca entre el gobernador y el secretario de Gobernación, pues al final se demostró la definición que hace años me dijo un buen amigo: “La política es el arte de comer excremento y no hacer gestos ni ascos”. Así es de suculento el arte de la política. A ver cómo se digieren los interfectos entre ellos. Porque en la política mexicana puede haber saludos, risas y abrazos, pero reconciliaciones, ¡núncamente!