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Por Félix Cortés Camarillo

Yo ignoro si en las escuelas de ciencias políticas y sociales de nuestras universidades se enseñe agitación social, algo que líderes como Lenin, Trostky, Dimitrov, Hitler o Mussolini entendían muy bien. Debieran impartir esa materia: es esencial para el ejercicio de la política, que no es otra cosa que el arte de luchar para obtener el poder en un Estado, ejercerlo cuando se ha conseguido, y conservarlo en adelante. De igual manera las escuelas que surten cada año decenas de licenciados en “ciencias de la comunicación” (¿cuántas son?) tendrían que incluir en su plan de estudios esa disciplina. Sólo dominándola podrán reportar, estudiar, explicar y clasificar entre otras actividades sociales la política.

La agitación social, a la que se acude con frecuencia en las luchas por la democracia, es una práctica que mañosamente vulnera uno de los principios de ella en nombre de otro: consiste en eliminar hasta la saciedad la individualidad del pensamiento, masificando las manifestaciones “espontáneas” del “pueblo” –demos– en favor o en contra de una causa o persona.

Ortega y Gasset escribe que “el humanista puede concebir la élite no como un plano o categoría social sino como el conjunto de individuos dispersos que intentan superarse a sí mismos y son más nobles, más eficientes, como hechos de mejor clase, no importa que sean pobres o ricos… El resto de la población es masa, la cual en este concepto yace indolente en una incómoda mediocridad”. De eso versa el ensayo sobre la rebelión de las masas: calidad o cantidad. Y ahí es donde la agitación social entra en acción. Porque consigue cifras altas de docilidad “democrática”.

Como cada semana, el editorial dibujado de Pancho Calderón para el grupo Reforma es genial en su propuesta. Independientemente de las deficiencias que se le puede demostrar a las personas que encabezan al Instituto Nacional Electoral o a su Consejo, es obligación de los mexicanos pensantes defender la existencia de esta institución básica para que se preserve el curso de México hacia una sociedad democrática plena. Si es que eso existe.

El asunto es que el presidente López sí aprendió agitación política; de hecho, ha edificado -y lo sigue haciendo- su carrera política sobre ese recurso. Marchas, plantones, bloqueos, sabotajes, son parte esencial de su arsenal. A ello agrega el descrédito de las acciones de sus opositores en el mismo campo de la agitación, para la que no están preparados. Con frecuencia el presidente se burla de los intentos de hacer presencia en el Zócalo capitalino por parte de sus adversarios. Desde luego que las marchas en contra del presidente López pasaron por la plaza más bella del país, pero no permanecieron ahí. De esta suerte nunca llenaron la plancha, cosa de la que López Obrador presume. Tal vez sin mentir.

Yo dejé de ser marchante hace más de sesenta años, pero respeto el papel que juega esa forma de agitación política; simpatizo con la marcha del próximo domingo para exigirle a los partidos PRI, PAN, PRD, MC, que no nos traicionen, que los estamos observando, como pide Calderón.

Pero me temo, aunque no lo deseo, que la cantidad de marchantes le dará pie al presidente López para que el próximo lunes en su sermón le dé sardónicos consejos a esa triste y magra oposición que le da pena ajena y en manos de la que está el destino de la democracia del país. Porque en la agitación lo importante es la cantidad y no la calidad.  

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Se ha tenido que decir y se ha dicho: al cuatrote se le está acabando la lana. Los recursos ahorrados en cuatro sexenios ya se los chupó la bruja que es la teoría del bienestar comprado. Ahora se dice, se rumora y se supone, que van sobre los dineros que hay para pagar las pensiones.

Yo no lo dudo.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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