Por José Francisco villarreal
Estoy muy decepcionado de mi capacidad analítica. Creo que la voy a castigar poniéndola a limpiar unos frijoles que compré baratos a granel y que traen muchos “detallitos”. Le había encargado que descubriera la relación que hay entre el pintor Gustav Klimt, el uso de combustibles fósiles, y unos activistas austriacos que arrojaron un líquido lovecrafteano sobre uno de sus cuadros en exhibición. ¡Y nada! No pudo con el encargo. No es la primera vez que me queda mal en estos días. Tampoco supo cómo “cientos de miles” de “intocables” son elementos de presión suficientes para que se rechace toda una reforma electoral.
Mi capacidad analítica, que es muy terca, me dijo que el caso de los “intocables” es tan válido como las encuestas, en donde, de un universo enorme se toma un muestreo minúsculo y se sacan conclusiones del resultado como si todos, y particularmente cada uno de los individuos de ese universo coincidieran. Le respondí que eso puede funcionar en marketing, con las tendencias de oferta y oportunidades de venta, porque la finalidad de una campaña de ventas es inducir la compra de un producto haciéndonos creer que es necesario, de buena calidad y barato; se exploran nuestros deseos no nuestras necesidades. En temas en donde se aplica una reflexión personal condicionada por el interés general, un muestreo no es tan representativo… El voto, que se debe decidir de manera similar, tampoco es concluyente, y lo vemos luego de cada elección. La razón es que, como en las ventas, se apela a estimular los deseos y fantasías del elector individual y no las necesidades del elector como parte de una sociedad organizada. ¿Qué partido, qué candidato se atrevería a ser tan brutal como Churchill y ofrecer “sangre, sudor y lágrimas”? ¡Ninguno! En campaña nos ofrecen Jauja y terminamos comprando la infernal Ciudad de Dite (herejes y paganos muy “paganos”, VI círculo del Infierno de Dante, canto IX).
Mi reticencia frente mi capacidad analítica, que sigue amachada con su hipótesis, se originó desde antes, cuando la famosa marcha “El INE no se toca”, fue convocada. La invitación a esta especie de happening-batalla de Maratón, versión CDMX, surgió de partidos políticos, harapos de aquella alianza orquestada por “algún” plutócrata disfrazado de organización civil. La vertical jerárquica es palpable.
El objetivo tampoco fue claro, porque la bandera fue la defensa del INE, aunque en el fondo se trataba de rechazar la iniciativa de reforma electoral completita.
De entrada, que los convocantes hablaran de democracia era ya ridículo, porque han sido quienes han ignorado siempre el mandato popular. Y el mandato popular no es el voto, sino el ejercicio impecable de la función pública a favor del pueblo, no de partidos, institutos, empresarios, ni trasnacionales. Así nos recetaron una muy nutrida marcha donde unos pocos, con una bandera ambigua, arrastraron a muchos que se quedaron con las plumas del pollo, “El INE no se toca”, mientras que el sustancioso caldito electoral se lo reservaron los convocantes. En la marcha con efecto de “punching bag”, sobraron quienes sólo ejercitaron puñetazos verbales contra el ex mesías tropical, ahora degradado a anticristo continental. Un gran ahorro en terapias sicoanalíticas. Se vio que tienen serias limitaciones para ahondar en el tema y para ejercer la dialéctica, porque esta moderna versión de flagelantes medievales nos impone el “peniteciagite” (“Haced penitencia”) para purgar los pecados que adornan a quienes los encabezaron. ¡Ingenuos! Debieron cuestionar primero a los líderes, como aquella señora que a gritos y reclamos por poco le revienta a Alito las ampollas de Botox el día de la marcha.
En el otro extremo, se apresuraron en minimizar al contingente (y hasta algún sujeto que ni siquiera marchó las infló tanto como los resultados de cuando el “democrático” INE lo eligió presidente). Es inadmisible, así sea por mero “error de interpretación”, que se emitan datos que, así sean corregidos posteriormente, sólo van a generar recelo. Cifras aventuradas considerando el perfil de los marchantes, y que en CDMX hay un porcentaje mayor de clase alta que en otras ciudades (INEGI dixit). Tampoco es edificante ni democrático que don Andrés exponga su desprecio por una manifestación pública en su contra. Es un contrasentido que “abrace” a la señora frenética que lo insultó y “encuere” a miles. Así hubieran sido cinco marchantes, como mandatario de todos los mexicanos tiene la obligación de escuchar, aceptar lo que es verdad y rebatir lo que es mentira. Aunque en este caso no importa si hayan sido cientos, o miles, o cientos de miles; importa que no fueron millones, y que los líderes de la marcha, con su sola presencia, la desmerecen.
Insisto, hayan sido cinco solitarios marchantes (sin los líderes esos, conste), yo no porque son mis iguales y ni me gobiernan ni los gobierno, pero don Andrés sí está obligado a respetar esas opiniones y a esos opinantes, y los legisladores están obligados a revisar la iniciativa, no a rechazarla a priori como sospechosamente pretenden algunos partidos políticos (que esto es lo que realmente avalaron los marchantes ingenuos o rabiosos). Deben dejar de fingir demencia democrática y reconocer que hay puntos que son exigencia popular desde hace muchos años, como los excesivos recursos para el INE y los partidos políticos, como la onerosa e inútil abundancia de legisladores, como la facciosa designación de legisladores sin votos, como la incapacidad del INE para impedir fraudes y acabar avalándolos, como las grietas en el consejo del INE por donde rezuma la purulencia partidista, clasista y otras más hediondas. El INE no es la Democracia, es una herramienta no de cientos, de miles, o de cientos de miles, sino de millones de mexicanos.
Una destacada columnista politóloga, ex funcionaria de alguna administración federal pasada, dice que la democracia cuesta. Cierto, nos cuesta muy cara, pero es mal negocio, porque el precio es muy alto comparado con los resultados, y porque los partidos no gastan un triste peso, gozan de “beca” otorgada por ellos mismos en las leyes electorales, y esos recursos los usan parcialmente como una inversión que eventualmente les redituará mucho a ellos, no a los electores, no a México. O… ¿alguien conoce a un político que fuera funcionario y sea pobre? Digo, porque sería un candidato indiscutible para canonización o un premio Nobel en Honestidad