Por José Francisco Villarreal
Un desafortunado (tonto) accidente me inutilizó parcialmente la mano derecha. Al estupor inicial, siguió la exigencia a mi mano izquierda para que entrara como esquirol. No es lo mismo, pero sí me di cuenta de que no se trata de qué mano es más hábil sino de que ambas se coordinen. Cuando mi baldada mano derecha trata de apoyar a la izquierda con las actividades “livianas”, se nota que la torpeza es por la inusual coordinación entre ambas y no por la falta de fuerza de alguna. Afortunadamente, ninguna de las dos es tan boba como para invadir países, iniciar guerras, armar bloques, poner demandas, interponer amparos, convocar marchas y orquestar campañas para inutilizar a la otra. Si mis manos pensaran como nuestros pérfidos políticos y sus cándidos seguidores, una de ellas hubiera terminado frita cuando preparaba la tortilla de huevo para mi almuerzo; y la otra sana, pero incompleta. En un tiempo especialmente difícil para la humanidad, caer en el juego extremista que juegan las potencias mundiales, debilita a México en su principal activo, que no son sus recursos naturales, ni su extensión, y mucho menos sus gobiernos, sino su gente.
No nos hagamos tontos: las marchas de perfil político sólo agrandan las distancias sociales.
Hace poco se informó, con especial alarma, que unos misiles rusos habían impactado en Polonia. No sé en dónde se generó la información original, pero es poco probable que una revisión oficial, incluso la más superficial, no hubiera descubierto de inmediato que no eran misiles rusos. Este tipo de armas estallan y matan igual pero, en el fondo, cada fabricante de armas es un asesino serial que no podrá evitar imprimirles su firma homicida. Desde antes del momento del impacto, la fuerza militar más mediocre ya tiene idea desde dónde partió la agresión, y no siempre es desde donde se espera… o se desea. Una vez que se desencadenó la indignación mundial contra Rusia, un fulano de la OTAN aclaró que los proyectiles no eran rusos sino “muy probablemente” ucranianos (armados en “occidente” para armar a Ucrania contra Rusia, no contra Polonia) que se desviaron por alguna oscura razón. Pero, eso sí, que el culpable de ese desastre era Rusia. Esto no es lo más estúpido ni lo más grave, sino que hay muchos perversos que lo confirman y comparten, y muchísimos más cándidos que se lo creen. Con esta lógica vesánica no regresamos al oscurantismo medieval, que en realidad era sabio, sino a las oscuras cavernas de antropoides que estrenaban su flamante inteligencia pintando manos sobre las piedras y masticando huesos putrefactos.
En esta misma lógica insana, se cruzan las armas legales entre dos facciones locales, odiosas ambas, perversas ambas, y las dos con su irracional legión de cándidos seguidores. Pero en la medida en que se reduce el universo del extremismo, es más obvio que la mayoría de la gente es absolutamente ajena a esos conflictos. Sólo un enfermo de las facultades mentales ajenas (porque es evidente que no tiene propias) es capaz de sentirse único en su especie y pasar la vida maquinando en cómo joder al prójimo, próximo o distante. No faltan entes malignos que le den un pretexto para desatar su furia. Entes no precisamente metafísicos sino horriblemente reales, empoderados artificialmente, y espeluznantemente exitosos, porque desde el más humilde municipio local hasta esa mancha en el mapamundi que es Eurasia, todo se reduce a extremismo, dominio, poder, segregación: la revancha de Adolfo Hitler.
Si bien la pasada marcha a favor del INE y en contra de todos fue un desplante del clasismo y la corrupción, y un ejercicio de la ignorancia; la marcha que convoca ahora don Andrés no es menos impropia.
No es necesario convencer a la gente de que los afines a don Andrés son más que su oposición. A la gente no le importa, porque siempre será más que cualquier marcha y que cualquier facción. Sin embargo, y en esto estriba la contradicción, somos una mayoría impedida, metida en el cepo de lo que ellos (y los otros) llaman democracia, y que los más bobos llaman “INE”, o “Lorenzo”, o “Andrés”. El masivo contingente que se pretende movilizar como antídoto del anterior, sólo está forzándonos a considerar dos opciones. Ahora sí que seguir la ruta de esa oposición “conservadora” que lleva varios años intentando con mucho éxito radicalizar a los ciudadanos. Aún cuando don Andrés logre movilizar no a miles sino a millones rigurosamente contabilizados, la oposición no variará ni sus métodos, ni sus objetivos, ni sus consignas… Así son ellos. La corrupción en el INE y el TRIFE no son excepciones, es mucho más notoria y arraigada en el Poder Legislativo en donde se imponen criterios ignorando parcial o absolutamente la opinión de los ciudadanos. Puede hundirse el Zócalo con el peso del contingente obradorista, pero la nave de la democracia ya estaba encallada desde hace mucho tiempo, no por sobrepeso sino por la plaga de termitas que la han estado consumiendo por décadas. Y no, esa plaga no tiene partidos aunque militen en ellos.
Total, ¡estamos arreglados!: Ucrania y Rusia, Bolsonaro y Lula, OTAN y Eurasia, USA y Latinoamérica, Trump y Biden, empresarios y 4T, Primoran y Samuel, Dimas y Gestas, melón y sandía… Los extremos radicales en donde invariablemente todos somos enemigos de alguien, y no de nuestros verdaderos enemigos: mi mano frita junto con mi tortilla de huevo.