Por Félix Cortés Camarillo
El 7 de julio de 1952, doña María del Rosario Piedra Ibarra, una pelipintada de rojo a quien el presidente Lopitos le regaló la presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, tenía de edad once meses y siete días exactamente. Como la información que ella tiene de lo que pasó aquel día del 52 proviene –como la mía, por cierto– de dichos y referencias ajenas, le voy a compartir la que yo tengo. Porque estoy seguro de que es más confiable que la de ella.
Yo afirmo que la hoy en día muy intencionalmente olvidada separación de las fuerzas armadas del poder civil ejecutivo de nuestro país, es una herencia que nos dejó el presidente general Cárdenas, mucho más importante que la expropiación petrolera. En esencia, era la culminación de la idea de Calles para acabar con las pandillas militares que se disputaban el poder desde 1921 al final de la sangrienta Revolución, e iniciar una reconciliación destinada a desembocar en un proyecto de nación civilizada que todavía tiene bucaneros que quieren que se hunda.
En los tiempos de Cárdenas había más.
El primero fue el general Juan Andreu Almazán, entonces poderoso comandante militar, por cierto en Nuevo León, que en las elecciones del 40 se levantó en contra de Manuel Ávila Camacho y su máximo hermano que habían sido dedeados por Cárdenas. Se rindió en su casa-cuartel de la loma de Chipinque en Monterrey y se hizo rico contratista del gobierno.
En 1951, año de nacimiento de la pelirroja arriba mencionada el 14 de julio, a la salida del presidente Miguel Alemán Valdés, el inconforme general Miguel Henríquez Guzmán, quien había sido un popular integrante del sector militar del PRI, se postuló por la Federación de Partidos del Pueblo de México para la presidencia de la república. Los otros candidatos fueron: por el PAN, cuando era decente, Efraín Gómez Luna; por el PP, Vicente Lombardo Toledano, que siempre fue corrupto; por el PRI, Adolfo Ruiz Cortines.
El lunes 7 de julio de 1952 los seguidores de Henríquez tomaron la calle en protesta por el resultado de las elecciones que daban el triunfo a Ruiz Cortines y alegaron fraude. El presidente Alemán, con todo y su cara de chingaquedito, decidió que pura veracruzana reata iba a reconocer que su Secretaría de Gobernación, que había realizado y supervisado y contabilizado las elecciones, metiera reversa en el resultado.
El secretario de Gobernación se apellidaba Ruiz Cortines.
En la manifestación, un disparo de procedencia indefinida desató una violenta represión policíaca. Se dijo entonces de 200 víctimas, pero esa numeralia en todo el mundo es terra ignota.
Todo esto viene a cuento porque la señora Piedra Ibarra, en su carácter de presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, violando la ley por instrucciones de su jefe, emitió una recomendación para que se chinguen al INE (que se inventó hace 32 años, mucho después del suceso referido) por la masacre de su remota infancia. Para doblegar al INE, transformarlo a lo que era en 1951, y –sobre todo- reducirle presupuesto.
Que así lo manda el rey.
A la señora Piedra Ibarra le podían haber puesto, desde la oficina de la presidencia, asesores que por lo menos abran Wikipedia.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente ¿no debería usar usted para sus vuelos su AIFA que tanto nos ha costado? Piérdale el miedo: el avión del presidente chileno ya aterrizó ahí.
Debe ser seguro. Creo.
felixcortescama@gmail.com